EL ESPÍRITU
HUMANO
El espíritu humano se ha ido edificando a través de millones de
generaciones, haciéndose cada vez más complejo y profundo. La conciencia
colectiva se va consolidando permanentemente, cada persona desde su
individualidad la va conformando y a su vez participa como receptor de ese
espíritu en constante evolución.
Ese colectivo espíritu tiende a la inmortalidad, se ha proyectado a
través de cientos de miles de siglos, es lo que ha dado continuidad a la
historia, al arte, a la cultura; es esta conciencia lo que sobrepasa la
individualidad personal, lo que ha permitido la proliferación de las ciencias y
las humanidades.
Las personas somos efímeras, solo momentáneas, existimos un breve
período; abrevamos y contribuimos al engrandecimiento o al deterioro de ese
espíritu que nos trasciende.
En los inicios de nuestra civilización, este espíritu fue
extremadamente rudimentario, paulatinamente su primitivismo fue dejando estos
estadios, fortaleciéndose con la experiencia acumulada y heredada a través de generaciones, en constante sucesión.
Un proceso automático independiente de la conciencia de los hombres,
acarreando esa conciencia colectiva indistintamente, luces y sombras,
cualidades y vicios, virtudes y defectos; que han resultado – en gran medida –
catastróficos para gran parte de la especie humana y benéficos solo para una
minoría.
Ha llegado la etapa en la que el hombre, como individuo, cobre
conciencia de su responsabilidad como arquitecto de ese espíritu colectivo,
mismo que no muere como lo hace la
persona.
Las generaciones por venir, deberán encontrar el terreno cultivado
para desarrollar y enriquecer el espíritu humano y continuar construyendo su
destino o de lo contrario, dejar que siga sin control, como hasta hoy ha sido.
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