LA NUEVA REALIDAD
Ahora me doy
cuenta cuanto extraño el acercamiento de la carne, del cuerpo humano, de la
intimidad.
Cuanta falta
me hace el dar y recibir abrazos, el dar palmadas y besos, el decir secretos al
oído, el estrechar los lazos amistosos con las manos.
Extraño los
apretones cordiales y sinceros hoy tan alejados, el tener aquí junto a otro que
siente y piensa como yo, sin poder siquiera tocarlo.
Añoro la
proximidad del aliento que palpita, añoro las caricias que no puedo dar ni
recibir, añoro saludar con efusividad al próximo, al conocido y al desconocido,
añoro dar y recibir la confianza y la seguridad de compartir, de celebrar de
cerca risas, carcajadas y hasta llanto y lágrimas.
No me puedo
acostumbrar a separarme de todos, no logro habituarme a vivir apartado como un
peligro ni a tratar al semejante como como un apestado, como un riesgo
fehaciente y mortal.
Me harto de
andar como escondido, rehuyendo todo contacto humano, como ocultándome entre
las cosas como escudos, evadiendo a las personas sospechosas de estar enfermas
sin saberlo, me canso de ver sus figuras como estatuas indiferentes en un cementerio
callado y funesto.
No cabe duda
que esto es un castigo para el hombre que de naturaleza es gremial.
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