CALIDAD DE
VIDA
El crecimiento de la economía se ha convertido en una obsesión humana,
cualquier actividad que no apunte y tienda, aunque sea indirectamente, al incremento del Producto Interno Bruto
(PIB), no tiene mayor importancia.
El secreto pende de este parámetro,
un índice porcentual con el que miden el rendimiento de los capitales, la
velocidad de la producción; es decir cantidades entre unidad de tiempo,
rendimientos por unidad de superficie, toneladas por hectárea, kilos de carne
por novillo, huevos por gallina, litros de leche por vaca, automóviles por
hora, toneladas por día, ventas por mes, metros de tela por minuto, rapidez en
el transporte de mercancías y personas, entregas instantáneas, eficiencia, más
y más eficiencia, dicen.
La cantidad importa más que la calidad, hay que producir más en menos
tiempo, transformar más rápido las materias primas naturales que el sistema
supone inagotables.
La vida queda también en esta fórmula imbuida , hay que prolongarla, que se
viva más cantidad de tiempo, más años, no importa que sean con angustia,
enfermedades, miedo, amenazas, aburrimiento, enfado, tensión y estrés; la
calidad pasa a segundo término. La
calidad de vida solo es para ciertas élites que pueden gozar sus privilegios en
clubes, spas, resors, casinos y paraísos artificiales que - al final- les
dejaran tan vacíos como sus conciencias.
Medir al mundo, a la civilización, al trabajo, a la vida con cantidades,
con volúmenes, con índices de competitividad, es renunciar a ver al ser humano
de frente.
Calidad de vida no es consumir más, viajar más, embriagarse más, comer más,
hacer más; calidad de vida es mejorar nuestra salud física y mental, sin cargas
estresantes, sin presiones abrumadoras, sin compromisos impuestos por agentes
exteriores sin el consentimiento expreso de nuestra voluntad, sin amenazas, sin
embargos, sin cárceles, sin manicomios, ni armas, ni balazos , ni guerras.
Ahí empieza la calidad de vida, sin paz no hay mejora y la civilización
progresa con el terrible lastre de la competencia por crecer para defender lo
que ya está perdido: la felicidad, que espera quizá no en vano, su
rescate.
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