El ALMA
Sin
máscara, sin antifaz, sin abrigo, sin uniforme, sin escudo; brotaba de mí la
inspiración del espíritu pleno de energía creativa; el alma fresca, límpida y
cristalina.
Sin
tapujos hablaba, reía con las flores, las plantas y los árboles; el viento
acariciaba la piel y alborotaba el pelo, la vida sonreía, los rayos del sol
bañaban los brazos, las piernas rodaban como aspas de molino por la pradera, el
canto de las aves en el fondo sustentaba esas templadas tardes.
Los
recuerdos desfilaban deliciosamente por la memoria, evocando viejos tiempos que
se fueron en desbandada por los senderos del pasado. Estaba abierto a todo,
había depositado la confianza en el azar, aposté todo a la felicidad, las
puertas de par en par dejaban entrar el soplo de los aires que rosaban
dulcemente el alma plena de inmensa dicha.
Así me
desenvolvía, sin precauciones ni reticencias ni temores ni desconfianzas; el
mundo transcurría armónico, triunfante; lo saludaba agradecido; ignoraba la
otra cara de la moneda, el otro perfil de la realidad que aún no descubría su
rostro infernal.
Vulnerable,
desprotegido e hipersensible corría por las rutas que las circunstancias
desplegaban a mi paso.
Pero los
fantasmas acechaban detrás de cada muro, de cada columna, de cada torre, de
cada almena, de cada esquina; ahí se apostaban para dar el zarpazo aprovechando
mi descuido. Así fue como me asestaron los primeros golpes, así me volví
arisco.
Desilusionado
tuve que encoger mi alma, resguardarla de los ataques de aquellos monstruos que
trataban de someterla a sus caprichos, a sus nefastas leyes; retraje mi
espíritu, no podía dejarlo a la deriva de las tormentas desencadenadas en
aquellos aciagos momentos.
Me vi
obligado a ocultarla en el fondo de la trinchera, misma que tuve que cavar a fin de protegerme de los
embates del enemigo no declarado, ese enemigo iracundo que lanzaba mortales
tajadas que rasgaban peligrosamente mi alma inerme.
Represores
que abusaban de la confianza, resultado de la extrema candidez, de esa
seguridad inocente, que brinda la falta de experiencia y la fe ciega en la
vida.
Cierren
zaguanes y ventanas, suban los puentes, carguen los arcabuces, asomen los
cañones, afilen las espadas, ensillen los caballos, enciendan las mechas y escondan el tesoro en
lo más recóndito de los sótanos. Refuercen
las defensas, no expongan al fuego del enemigo el más sacramentado y endeble de
los dones recibido.
El alma
amenazada tendrá que permanecer así enjaulada, casi encarcelada en una cripta,
sellada con siete candados para cubrirla de los males que sobre ella se
ciernen.
Déjenla
que duerma, que se hunda en estado catatónico, en medio de sus sueños de
libertad y grandeza; es muy sensible y delicada. Ha quedado un poco herida,
maltrecha, asustada y pasmada; ahora solo emerge en la noche solitaria o en
algunas apaciguadas tardes, cuando el sol anuncia su ocaso tras las montañas,
ahí se asoma a través de una hendidura y se deja ver, para que los guardias del castillo no la
olviden.
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