LUJURIA
-Traicióname,
lo decía en silencio para que no oyera; ella lo presentía y se abandonaba más a los placeres de los
sentidos; los escrúpulos los había empeñado desde niña con mecánicos, lecheros,
hortelanos, mineros y albañiles; ahí había aprendido tretas y trucos para dar y
recibir los goces más abyectos y exquisitos de la carne.
Desde
pequeña se había deleitado con las lecturas del Marqués de Sade, Justine era su heroína,
los bacanales su afición, a las puertas de su lecho se formaban pescadores y
marineros con tufo a langostinos y aguardiente.
Se escabullía
entre los muelles en las noches, buscando algún trasnochado cargador que le
hiciera el favor de llenarla de cariño; pero era insaciable; su marido siempre
al tanto de sus andanzas lo sabía, pues la seguía con enfermizo morbo hasta los
rincones más sucios de aquel arrabal.
Disimulando
la veía besuquear a los cantineros del lupanar donde hacia su nido todas las
noches, fingía no verla, se perdía entre los comensales, que ebrios la llamaban
para que viniera a consolar sus apetitos carnales.
Hundido en
un rincón se extasiaba con sus risotadas de loca, se concentraba en escuchar
sus deliciosos lamentos que le zarandeaban de lujuria. Alzó su mirada,
enfocándola en la bruma, una tenue luz iluminó su sensual figura, lo que le
provocó un arranque de pasión incontenible.
Afuera
llovía, no resistió las ganas de raptarla, de morderle los atrevidos labios y
llevarla cargando al tálamo nupcial, que para ella había construido; quería
devorarla a besos y succiones hasta dejarla exhausta de placer.
Se adelantó
gritando: - ¡Ella, ésa: es mi mujer y ahora mismo me la llevo!
En eso le
reventaron una botella de whisky en la cabeza, mírenlo cómo quedó ahí aplastado.
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