sábado, 22 de julio de 2017


LUJURIA 

-Traicióname, lo decía en silencio para que no oyera; ella lo presentía y se abandonaba más a los placeres de los sentidos; los escrúpulos los había empeñado desde niña con mecánicos, lecheros, hortelanos, mineros y albañiles; ahí había aprendido tretas y trucos para dar y recibir los goces más abyectos y exquisitos de la carne.
Desde pequeña se había deleitado con las lecturas del Marqués de Sade, Justine era su heroína, los bacanales su afición, a las puertas de su lecho se formaban pescadores y marineros con tufo a langostinos y aguardiente.
Se escabullía entre los muelles en las noches, buscando algún trasnochado cargador que le hiciera el favor de llenarla de cariño; pero era insaciable; su marido siempre al tanto de sus andanzas lo sabía, pues la seguía con enfermizo morbo hasta los rincones más sucios de aquel arrabal.
Disimulando la veía besuquear a los cantineros del lupanar donde hacia su nido todas las noches, fingía no verla, se perdía entre los comensales, que ebrios la llamaban para que viniera a consolar sus apetitos carnales.
Hundido en un rincón se extasiaba con sus risotadas de loca, se concentraba en escuchar sus deliciosos lamentos que le zarandeaban de lujuria. Alzó su mirada, enfocándola en la bruma, una tenue luz iluminó su sensual figura, lo que le provocó un arranque de pasión incontenible.
Afuera llovía, no resistió las ganas de raptarla, de morderle los atrevidos labios y llevarla cargando al tálamo nupcial, que para ella había construido; quería devorarla a besos y succiones hasta dejarla exhausta de placer.
Se adelantó gritando: - ¡Ella, ésa: es mi mujer y ahora mismo me la llevo!
En eso le reventaron una botella de whisky en la cabeza, mírenlo cómo quedó ahí aplastado. 

       

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