MEFISTÓFELES
El peso
entero del mundo parecía caer en sus espaldas, se daba cuenta que después que
sus pensamientos recorrían la bóveda celeste, se cristalizaban en hechos.
Así
se atrevía a imaginar toda clase de locuras que se concretaban en desgracias,
ridiculeces o epopeyas. Al paso de los siglos, de pronto el tiempo se detuvo
abrupto y empezó su vertiginosa caída para regresar a pasos agigantados sobre
sus huellas.
Los días
retrocedían, el sábado se hizo viernes, luego saltó el tiempo a jueves, siguió
el miércoles.
Hoy nuevamente es martes, el mismo de la semana pasada
y así siguieron regresando las manecillas de cronos.
Bajó el
telón de la historia, la verdad salió a la luz, todo fue cierto, lo que la duda
sospechaba se aclaró, nos quedamos ¡perplejos! Los dioses nos miraban
asombrados ante nuestra desnudez, estábamos ardiendo, pecando, impúdicos,
erotizados, desvergonzados inquietos, excitados.
Con el
desconcierto ante el rubor de las
deidades, nos tapamos con lo que pudimos, con hojas, con las manos, con ramas
cubrimos nuestras culpas, así encogidos,
agachados, perfilados vomitamos.
Los dioses
huyeron escandalizados, se fueron en tropel, siguiendo los séquitos de ángeles
y arcángeles que en estampida remontaban el firmamento sonrojados.
Nos quedamos
solos y desconsolados cuando el tiempo dejó de regresar y se detuvo, ahí
permaneció inmóvil por un instante eterno; fue entonces cuando nos volteamos a
ver ¡estábamos tan indefensos! Nos dimos cuenta que un ángel renegado había
quedado entre nosotros, un desertor de la corte celestial nos observaba
extasiado, Mefistófeles, el ángel malo, el demonio en persona. No nos quitaba el ojo de encima, no estábamos
solos, él no nos había abandonado.
Nunca se
habían cansado de hablar mal de él, le habían embarrado toda clase de injurias,
lo habían denostado hasta el cansancio, era el enemigo perverso, la infamia
personificada según los cánones religiosos, habían hecho recorrer por el mundo
pésima reputación y mala fama de aquel ángel rebelde, toda clase de defectos le
habían colgado, se había salido del guacal como nosotros, que fuimos expulsados
del paraíso por sensuales.
Por eso se
ocultó, callado, discreto, lo buscaban para aniquilarlo, pero subsiste en las
sombras, en la clandestinidad, es nuestro único y verdadero aliado.
El tiempo volvió a avanzar, los días se
sucedieron adelante, los dioses ya no regresaron, así estamos más a gusto sin
ellos, Mefistófeles nos entiende, es un pecador, un vividor sin esperanza de
salvación, como nosotros, un condenado.
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