LA POLVAREDA
Aquella
polvorienta región de eso estaba cargada, el polvo era arrastrado por el soplo
de los vientos del desierto, para irse a incrustar en todos los rincones no
solo de las viviendas sino dentro de sus cuerpos, cualquier orificio o hueco
era bueno para depositarse, entraba en la nariz, en las orejas, en la boca y en
los ojos; se les pegaba en los labios, en las encías, en la lengua y para colmo
se les atoraba en la garganta.
Tolvanera
tras tolvanera constante, una tras otra, los remolinos se desplazaban contorsionándose
caprichosamente entre los cactus, alzando matorrales y todo lo que hubiera a
las alturas, para luego dejarlo caer, encima de la llanura.
Las carretas
en sus esporádicos traslados removían el polvo que tapizaba los suelos, al
grado que cuando se detenían, una enorme y gris nube seguía avanzando muchos
metros adelante y cuando partían dejaban un tumulto informe de tierra, que
cubría por horas su ausencia.
Los
habitantes de la zona se veían opacos, su piel rebosaba de ese talco pardo que
de pies a cabeza los cubría; cuando veían venir la tolvanera, corrían a sus
escondrijos para guarecerse de aquellas tormentas malditas.
Ahí en las
tiendas de la Polvareda se vendían escobas, recogedores, sacudidores, plumeros
y aspiradoras; también paliacates y anteojos, pues los labradores siempre andaban
embozados y con lentes.
Pero el
polvo también está en el cosmos, en el espacio sideral, en la cola de los
cometas y absolutamente en todos lados, ¿Es suciedad? ¿Es mugre? Es alimento de
los ácaros, esos diminutos y
horripilantes monstruos que nos rodean por todas partes y que lo devoran con frenesí.
Es horrible
el polvo piensan las afanadoras, lo detesto gritan las amas de casa, ojalá no
hubiera reclaman al cielo las enfermeras, no sirve para nada protestan los
soldados, es detestable afirman las señoras, en eso te vas a convertir
advierten los sacerdotes; pero el polvo es indispensable, sin él no habría vida,
el suelo estaría empobrecido, sin nutrientes; si el planeta
estuviera completamente limpio, sería entonces muy caluroso y húmedo. Sin el
polvo, el vapor de agua no comenzaría a condensarse, no habría nubes, ya que el vapor de agua se adhiere a las
superficies del polvo, cuyo tamaño individual es de menos de 500 milésimas de
milímetro, sin polvo no existiríamos.
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