viernes, 14 de octubre de 2016

LOS ELEGIDOS


LOS ELEGIDOS

Me consideran un gentil, una especie de hereje, un humano de tercera, ya que afortunadamente no nací entre ese pueblo, su dios cuyo nombre no se pronunciar, que me ignora por no decir que me desprecia, porque mi sangre no viene ni de Abraham ni de Isaac ni de Jacob y menos de su hijo Judá.
Su dios, dicen que les ordena odio a los goim, hacia quienes no aceptamos someternos a sus leyes y no creemos en sus mitos. Únicamente ellos fueron elegidos para salvarse de la condena eterna a la que estamos destinados los demás.
El creador de las estrellas, el emperador del cielo, el señor del universo, seleccionó a esta familia para comunicarle su decisión, son los protagonistas estelares, los personajes centrales de esta extraña aventura que nos sorprendió a todos sin nuestra anuencia.   
Solo a esta estirpe se dirigió este dios por razones desconocidas impropias de un ser supremo y perfecto; el resto somos actores de relleno, especie de monigotes de ínfima categoría para siquiera aspirar a aparecer en la cartelera.
No estamos en la preocupación de dios, somos inferiores, nos colamos para complacer a los profetas y validar las “sagradas” escrituras.  Únicamente los judíos nacen con derecho y destino divinos, ellos son el foco de atención del ser eterno y omnipotente, ese Yahvé que a toda hora los vigila, protege, azuza,  engrandece, castiga y fortifica.
Dios no existe para los negros, ni para los chinos, ni para los indígenas, ni para los boreales; quizá seamos descendientes de Darwin, de Spencer o de Laplace; tal vez tengamos un lugar en los sótanos de la gloria, donde podríamos ser dispensados del infierno, a donde van a condenarse los enemigos de Israel. 
Pero Yahvé es justo y bueno, también sediento de sangre, venganza, sacrificios e idolatría. ¿Qué poder tan inmenso han acumulado los hebreos en la historia, qué exclusividad los bendice?  ¡La misma que a otros maldice!

Allá van a tratar de arrimarse los cristianos, seguidores al fin de tan ignominiosa y milenaria tradición, para también llegar arrebatando reflectores los musulmanes con su flamante Alá.
El mundo entero sacudiéndose desconcertado por esta absurda guerra de la sinrazón.


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