PROTAGONITIS
Nada podía
aplacar su imperiosa necesidad de reconocimiento, se había vuelto una
compulsión, su infierno había sido el rechazo sentido en su historia, buscaba
denodadamente aceptación de su persona, de su yo, de su ego, ya eso era
ganancia.
Perseguía la
fama, el halago, la alabanza, el aplauso, los seguidores y su fidelidad, los
admiradores y su lealtad, buscaba que lo amaran sin cortapisas, que lo
quisieran sin condiciones; para ello tendría que triunfar, tener éxito, ganar en
un mundo de competencia constante, habría que concursar en el mercado de
talentos, ahí se tendría que disparar su genialidad escondida.
Debía
justificar su vida, alguna misión grande le tenía reservado el destino, no era aceptable ser un mediocre cualquiera, tenía
que llamar la atención del mundo y gritar: Mírenme aquí estoy en carne y hueso,
entonces escatimar a discreción sus autógrafos.
Necesitaba
abrazos, caricias, besos, estrechos acercamientos, tan apretados como fuese
posible; le urgían caravanas, cortesías, gratitudes, entregas y regalos.
Requería apoyos, consideraciones, asistentes, anfitriones, licencias, permisos,
perdones y pagos.
Pero ¿Cómo
provocar admiración? Había que demostrar por todos los medios su valía, el
anonimato era una pesadilla intolerable para su ego, su vanidad no podía ser
pisoteada, ni su orgullo aplastado por la indiferencia, debía hacer hasta lo
imposible por moldear su prestigio, mismo que tendría que trascender hasta los
confines del mundo. Siempre el primero, el ganador, el campeón, el elegido, el
favorecido, el premiado, que nadie lo dudara; forzosamente debía sobresalir,
estar favorablemente en la boca y en la mira de la opinión pública, ser tema de
conversación en restaurantes, clubs, cafés y hogares; tal como se habla de
próceres, héroes, artistas y genios; no merecía menos.
Ser opacado
era su peor vergüenza, un castigo insoportable, perder tendría que estar
descartado, nunca debía pasar desapercibido, jamás se contentaría siendo un
segundón, un auxiliar o un ayudante, esa sería la peor desgracia.
Agigantar su
importancia personal era el camino de la fama anhelada, inflar su personalidad,
adornar su presencia, superar su insignificancia, maquillar su carácter, mutar,
camuflagear su estilo, disfrazar su miseria, metamorfosear su medianía, dejar
de ser sí mismo.
Solo años
más tarde, cuando la vida lo había destruido, cuando los sufrimientos lo habían
embargado, cuando la experiencia le había demacrado el alma, se dio cuenta que
la base de su desgracia, había sido precisamente su afán protagónico y el no
renunciar a su importancia personal.
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