lunes, 25 de enero de 2016

PROTAGONITIS



PROTAGONITIS

Nada podía aplacar su imperiosa necesidad de reconocimiento, se había vuelto una compulsión, su infierno había sido el rechazo sentido en su historia, buscaba denodadamente aceptación de su persona, de su yo, de su ego, ya eso era ganancia.
Perseguía la fama, el halago, la alabanza, el aplauso, los seguidores y su fidelidad, los admiradores y su lealtad, buscaba que lo amaran sin cortapisas, que lo quisieran sin condiciones; para ello tendría que triunfar, tener éxito, ganar en un mundo de competencia constante, habría que concursar en el mercado de talentos, ahí se tendría que disparar su genialidad escondida.
Debía justificar su vida, alguna misión grande le tenía reservado el destino, no era  aceptable ser un mediocre cualquiera, tenía que llamar la atención del mundo y gritar: Mírenme aquí estoy en carne y hueso, entonces escatimar a discreción sus autógrafos.
Necesitaba abrazos, caricias, besos, estrechos acercamientos, tan apretados como fuese posible; le urgían caravanas, cortesías, gratitudes, entregas y regalos. Requería apoyos, consideraciones, asistentes, anfitriones, licencias, permisos, perdones y pagos.
Pero ¿Cómo provocar admiración? Había que demostrar por todos los medios su valía, el anonimato era una pesadilla intolerable para su ego, su vanidad no podía ser pisoteada, ni su orgullo aplastado por la indiferencia, debía hacer hasta lo imposible por moldear su prestigio, mismo que tendría que trascender hasta los confines del mundo. Siempre el primero, el ganador, el campeón, el elegido, el favorecido, el premiado, que nadie lo dudara; forzosamente debía sobresalir, estar favorablemente en la boca y en la mira de la opinión pública, ser tema de conversación en restaurantes, clubs, cafés y hogares; tal como se habla de próceres, héroes, artistas y genios; no merecía menos.
Ser opacado era su peor vergüenza, un castigo insoportable, perder tendría que estar descartado, nunca debía pasar desapercibido, jamás se contentaría siendo un segundón, un auxiliar o un ayudante, esa sería la peor desgracia.
Agigantar su importancia personal era el camino de la fama anhelada, inflar su personalidad, adornar su presencia, superar su insignificancia, maquillar su carácter, mutar, camuflagear su estilo, disfrazar su miseria, metamorfosear su medianía, dejar de ser sí mismo.
Solo años más tarde, cuando la vida lo había destruido, cuando los sufrimientos lo habían embargado, cuando la experiencia le había demacrado el alma, se dio cuenta que la base de su desgracia, había sido precisamente su afán protagónico y el no renunciar a su importancia personal.    


           

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