martes, 26 de enero de 2016

MIL VIDAS

MIL  VIDAS

Vivimos mil vidas, cada personaje de cada novela se incrusta en la lectura, cada actor de una obra de teatro se vuelve real en la mente atenta del espectador, cada protagonista de la película que vemos se convierte en nosotros al momento.
Nos identificamos con héroes, mártires, villanos, verdugos, sicarios, policías, ladrones, mandatarios, esclavos, rameras, proxenetas, jugadores o  transeúntes que cruzan indiferentes la pantalla.
Sus voces rebotan como insistente eco en el cerebro, hablamos con su voz, sufrimos con su dolor, nos reventamos con su angustia; nos transportamos al mundo de la ficción, donde éste parece un refugio donde olvidamos nuestras propias cadenas, la asfixiante rutina cotidiana. Las amas de casa huyen en las telenovelas a mundos ficticios donde dejan de ser lo que no quisieran perpetuar.
Hemos sido vaqueros, boxeares, corredores, luchadores, jugadores, porteros y defensas; andamos en busca de nuevas experiencias que nos digan algo valioso y trascendental. Ahí vamos saltando de sujeto en sujeto, pero fuertemente atados a nuestra propia suerte, embarrados hasta el cuello del misterio de la vida que nos tocó encarnar.
Al acabar la función, al terminar el libro, al apagar la televisión nos espera con los brazos abiertos nuestra realidad de la que no escapamos sino por unos minutos, los personajes en los que nos disfrazamos se han apagado; se encienden las luces del cine, del teatro; la última página de la novela se ha cerrado, hemos resucitado en nuestra soledad, allí donde guardamos celosamente secretos tan celosamente que los estamos olvidando.
La única vida que efectivamente nos corresponde nos ha rescatado nuevamente de la fantasía, pero aquellos personajes han quedado grabados en la memoria hasta que la memoria se atrofie o se apague.      


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