MIL VIDAS
Vivimos mil vidas, cada personaje de cada novela se incrusta
en la lectura, cada actor de una obra de teatro se vuelve real en la mente
atenta del espectador, cada protagonista de la película que vemos se convierte
en nosotros al momento.
Nos identificamos con héroes, mártires, villanos, verdugos,
sicarios, policías, ladrones, mandatarios, esclavos, rameras, proxenetas,
jugadores o transeúntes que cruzan
indiferentes la pantalla.
Sus voces rebotan como insistente eco en el cerebro,
hablamos con su voz, sufrimos con su dolor, nos reventamos con su angustia; nos
transportamos al mundo de la ficción, donde éste parece un refugio donde
olvidamos nuestras propias cadenas, la asfixiante rutina cotidiana. Las amas de
casa huyen en las telenovelas a mundos ficticios donde dejan de ser lo que no
quisieran perpetuar.
Hemos sido vaqueros, boxeares, corredores, luchadores,
jugadores, porteros y defensas; andamos en busca de nuevas experiencias que nos
digan algo valioso y trascendental. Ahí vamos saltando de sujeto en sujeto,
pero fuertemente atados a nuestra propia suerte, embarrados hasta el cuello del
misterio de la vida que nos tocó encarnar.
Al acabar la función, al terminar el libro, al apagar la
televisión nos espera con los brazos abiertos nuestra realidad de la que no
escapamos sino por unos minutos, los personajes en los que nos disfrazamos se
han apagado; se encienden las luces del cine, del teatro; la última página de
la novela se ha cerrado, hemos resucitado en nuestra soledad, allí
donde guardamos celosamente secretos tan celosamente que los estamos olvidando.
La única vida que efectivamente nos corresponde nos ha
rescatado nuevamente de la fantasía, pero aquellos personajes han quedado
grabados en la memoria hasta que la memoria se atrofie o se apague.
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