POLOS
Uno tiene amplia cultura, un vasto conocimiento en variados
temas, ha leído cientos de libros de todos los géneros literarios, sabe de
historia, de economía, de filosofía, de
psicología, de sociología, de biología, de física, de química, de artes
plásticas, de música clásica y hasta de astronomía; su memoria está cargada de
información: datos, cifras, fórmulas, leyes, nombres, estadísticas y
proporciones; es un hombre ilustrado, una enciclopedia ambulante, pero cuando
requiere apoyar su discurso en esa información, esta no aparece en la pantalla
de su mente, se extravía en una especie de laberinto cerebral, en el instante
que llama a la información, ésta se rehúsa,
ocultándose en lo más recóndito de su memoria, los transmisores se
bloquean, los datos solicitados no llegan con la oportunidad debida. Cuando toca el turno de hablar, se traba, las
puertas de su biblioteca interna se cierran para no abrirse, sino hasta que ya
no es necesario.
El otro no sabe tanto, su información es escasa y no es profunda,
pero la encuentra fácilmente, siempre la tiene a la mano, presta para
complementar sus ideas e ilustrar su discurso, la agilidad de su mente es
asombrosa, su lenguaje fluye con prístina claridad; tiene en su habla, la
palabra exacta y precisa, aprovecha lo que conoce con admirable facilidad, las
ideas le brotan como de una fuente cristalina a la que tiene fácil acceso.
¿Qué le sucede a uno y qué al otro?
Uno es nervioso, ansioso, medroso, inseguro; de poco le
sirve su sapiencia, se bloquea con asombrosa facilidad, su memoria se niega, se
cierra con candado, los datos solicitados se han perdido en una maraña, se han
extraviado en un laberinto insondable, no hay lámpara que ilumine los sótanos
tenebrosos de la infinita memoria, el
silencio y la oscuridad son totales, el vigilante enviado trastabilla, se
tropieza, cae al fondo húmedo y frío.
Los temblores lo asaltan, lo invade la pena, un escalofrío
lo recorre de arriba abajo, sabe que todos se dan cuenta, les sorprendió que un
erudito se tambaleara de esa forma, no podía ni tragar saliva, hubiera querido
gritar, salir berreando, desaparecer del escenario y del mundo, no haber
nacido.
El otro es sereno, parece apacible, inalterable,
impertérrito, no demuestra ansiedad, se muestra seguro, conoce sus alcances y
limitaciones; dispone su actitud, se detiene, se eleva por encima de sus
interlocutores; sabe lo que habla, lo que dice y lo que expresa; entiende lo
que explica, tiene a la mano fresca la información, como si estuviera
esperándole para saltar en su camino, no juega a las escondidas con él, está
adiestrada, además guardada con orden en el pequeño almacén que le sirve para
recordar.
Para el uno la paloma se asusta cuando quiere cogerla,
entonces vuela, se aleja hasta perderse en el horizonte, por más granos que le
aviente y semillas que le ofrezca no regresará hasta que baje a posarse en el
viejo armario cuando el uno duerma, tal vez al despertar retome el vuelo, todo
depende de la insistencia.
Sobre el otro revolotean colibrís, canarios, alondras, pericos,
gorriones y palomitas; los tiene que andar espantando con un sombrero.
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