EL MANDRIL
Con
perdón a los mandriles y los trogloditas por compararlos con este sujeto al que
me referiré y que por azares del destino tuve que compartir la mesa en un café.
Con una permanente
sonrisa en el rostro, este mandril de
saltones ojos e hinchada corpulencia, me vi obligado por educación y
condescendencia a escuchar sus aventuras cinegéticas, empezó a relatarme con
detalle su origen huasteco. En una ocasión - me dijo – viajaba yo por un
sendero en la selvática región ya anocheciendo, cuando en una curva me detuve
al hallar una hermosa venada, parada a la mitad del camino.
Con
rabia me percaté de no haber traído el rifle dentro del vehículo, pero me
acordé que por fortuna llevaba bajo el asiento un largo puñal, el que
desenfundé de inmediato y empuñándolo bajé de la unidad y con furia me fui
contra el ejemplar que me veía asustada, al verse amenazada pegó un salto
fenomenal, dándose a la fuga entre la maleza.
Al
estarme relatando su proeza, este asesino me veía con una nauseabunda sonrisa
en búsqueda de mi aprobación y mi admiración por tan heroico intento, pero lo
único que consiguió fue mi silencioso desprecio.
Continuó
platicándome que ya resignado y maldiciendo su suerte, volvió al vehículo, no
había enfundado aún la daga, cuando de pronto apareció frente a esta bestia
inhumana el cervatillo, una cría de apenas unos meses que se tambaleaba al lado
del carro con rumbo a su madre.
En ese
momento el troglodita, transformó su mueca sonriente en una sonrisa depravada y
pensó – me dijo – ¡éste si no se me va vivo! así que salí rápidamente, puñal en
mano, para descargarlo sobre la cría, desgraciadamente –agregó – el venadito
reaccionó ágilmente esquivando mi ataque, intenté inútilmente perseguirlo, pero
se me perdió entre la floresta.
Su
estúpida mirada me enfocó como esperando mi admiración y reconocimiento ante
hazañas tan encomiables y valientes. La
náusea de compartir la mesa con este mandril casi me hace vomitar.
No
contento con mí desprecio y con mis contenidos deseos de propinarle un bofetón
en su cada vez más repugnante anatomía, continuó con otro relato que me dejó
anonadado nuevamente.
Este
jumento, con perdón a tan simpáticos equinos, dice que en otra ocasión,
cruzando la Huasteca, a lo lejos vio un lince, como un gato enorme de este
tamaño y extendió los brazos, describiendo la dimensión del felino y su
belleza.
Pero no
le dio tiempo de cargar la escopeta, pues el gato montés subió a un montículo
lleno de selva, atrás del animal –me explicó – le seguían sus cachorros, eran
como cinco – dijo – entonces aceleró a toda máquina para atropellar la manada,
cuando pasó la línea se detuvo, para ver si había tenido suerte, el cobarde energúmeno no bajó del vehículo –
me comentó - pues la madre emitió un
feroz y amenazante rugido, que le hubiera podido poner en riesgo.
Volvió a
poner su mirada en busca de mis aplausos por su, según el, tan encomiable y valiente proeza, yo me
levanté de la mesa y con el vómito en la garganta, me dije: - ya ves, esto te
sacas por andar condescendiendo con nematelmintos de esta calaña-.
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