ACARREADOS
¿Sería
un plantón, protesta, marcha, manifestación o mitin? ¡Nadie lo
sabía!
Después
de una prolongada espera en la que todos
desconcertados nos mirábamos, trepamos atolondrados en los autobuses
estacionados en aquella plaza pueblerina, las puertas se cerraron y empezamos a
rodar los carros, nos repartieron bolsas con lonche y un refresco, nos dieron
gafete para colgarnos en cuello y allá íbamos con rumbo incierto.
El
murmullo de los pasajeros se confundía con los sonidos del video que las
televisiones transmitían, al rato todos cabeceábamos de sueño y así pasó la
noche.
Adormilados
descendimos todavía de madrugada, tambaleando y atolondrados, nos indicaron:
aquí esperen hasta nuevas instrucciones, tiritando de frío nos acurrucábamos
entre la muchachada y los viejitos jorobados, mientras los pájaros de la
capital anunciaban la alborada.
Luego
nos indicaron con una señal: hacia allá arremolínense y formen filas, nos mirábamos unos a otros todos atarantados;
ahí fue cuando vi cada rostro, cada expresión de quienes me rodeaban, todos
tenían algo en común, la mirada perdida, babeaban como oligofrénicos,
trastabillaban tropezándose, se zarandeaban como borrachos, empujaban, yo me sujeté
de un barandal, cuando una anciana se dejó caer encima de mis huesos.
Alforjas,
mochilas, morrales, sombreros, chales, rebosos y huipiles, rozaban mi cara en
aquel enjambre humano, tenderetes de
mercancía ofrecían sus artículos en banquetas y camellones, los merolicos no
cesaban de anunciar sus respectivas mercancías:- ¡Muéganos, capirotada, malvaviscos,
garapiñados, tamales, elotes, atole, gelatinas, nieves, aguas frescas, papas
fritas, tostadas, gorditas, flautas, dulces, chocolates, chicles, camisetas,
gorras, sombrillas, paliacates, escudos, panfletos, discos, folletos, libros,
revistas, pancartas, etc.!…
Casi
aplastados por la multitud avanzábamos bajo un sol incandescente, chorreando
sudor, nos movíamos para adelante unos
pasos y luego otros para atrás, al rato empezaron los gritos, eran cánticos
eufóricos pero ilegibles, sin ningún sentido, confundidos con una especie de
lamento que rebotaba en los edificios aledaños donde nos encajonaron.
Vi sus
caras, eran como zombis, como orates recién salidos del manicomio, repetían
como guacamayas lemas y rimas, versos altisonantes, ocurrencias infiltradas,
gritaban discordantes consignas, dándose ánimo, indescifrables léxicos contra
alguien, contra líderes, partidos, contra todo.
Luego
empezaron a volar objetos, llovieron piedras, lanzaban palos, rompieron
cristales, doblaron postes, arrancaron rejas, arrasaban todo a su paso.
Corrieron
en todas direcciones, se dispersaban, era una muchedumbre enardecida, muecas de
furia aparecían por todos lados, mujeres despavoridas lloraban buscando sus
niños confundidos entre la chusma, como un alud humano pisoteaban a los
ancianos caídos, los atropellaba la desbandada, mientras ellos seguían tendidos
en el pavimento.
Pendones
y carteles seguían por allá desfilando, para luego arrastrar por la calle sus
letras muertas, cuerdas como lianas se enredaban en los postes, las ambulancias
aullaban, enormes bocinas alertaban amenazas, el barullo se confundía con el
sincronizado golpeteo de las botas de los uniformados que avanzaban con sus
escudos, repartiendo macanazos a diestra y siniestra, tronando cráneos que
salpicaban sangre como cántaros reventados.
-¿Qué
pasó?- me preguntó un anciano, después le sorrajaron un toletazo y se
desvaneció entre la masa.
La
basura esparcida sobre el área mostraba empaques de cartón, botellas de
plástico, latas, cáscaras de plátano, de naranja, de aguacate, de mango,
envoltorios vacíos de paletas, servilletas enroscadas, vasos de polietileno,
mazorcas, hojas de tamal, etc.
Yo me
dije: - ¡No vuelvo a venir, aunque me paguen!
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