jueves, 24 de octubre de 2013

El Anarquista



EL  ANARQUISTA

Se resistía a cambiar, mil veces les había respondido que le dejaran ser, que
estaba harto de escuchar sermones, consejos y recomendaciones, bajar la cabeza y aceptar sus reprimendas.

¿Por qué me corrigen? Se preguntaba, pero todos continuaban sus regaños, le castigaban con desprecios, con empujones, con insultos; lo señalaban con índice acusador.

Le decían: sé como todos los demás, no te salgas del rebaño, no te apartes de la manada, fórmate en la fila, aprende, por eso nadie te quiere.

No seas así, insistían te ves mal, acóplate, intégrate, subordínate, disciplínate, no pierdas el paso, no te salgas de tono.

Renuncia a tus caprichos, a tus placeres, a tus gustos, a tus tentaciones; pon un alto, un hasta aquí a tus deseos, aplaca tus instintos.

Confiésate, arrepiéntete, ponte una corona de espinas en la frente, rasga tus vestiduras, perfórate las extremidades y en señal de remordimiento crucifícate en el árbol más alto.

¡No! – Les decía – ¡déjenme en paz! – Les gritaba – No se metan conmigo, ustedes no existen, son mi pesadilla,  así vociferaba cuando amarrado se lo llevaron en esa ambulancia.    

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