EL HURAÑO
Se turbaba
muy fácilmente, quisiera haber sido imperturbable, que nada afectara su
ánimo, que le diera lo mismo el rechazo de la gente o la exaltación que de su
persona hicieran lo demás, sucumbía a la mínima crítica, se desplomaba frente a
cualquier aspaviento que significara indiferencia, cuando era desplazado o lo
despedían de algún lugar, casi moría de tristeza.
Siempre
estaba presto a interceptar los insultos que le pasaban rosando, de inmediato
se ponía el saco ante las indirectas, cuando hablaban acaso mal de él, se
enfermaba, su depresión llegaba a la hospitalización y ahí quedaba en tremenda
depresión por semanas y hasta por meses, tentado al suicidio.
No podía
soportar las ofensas, se retorcía por dentro en una agonía interminable, si no
lo tomaban en cuenta o si no le hacían caso, su dolor se hacía infinito, era
demasiado sensible.
Siempre
estaba a merced de la actitud de los otros, pendiente de su crítica, buscando
aceptación, aplausos y sonrisas. Sufría enormemente cuando lo dejaban con la
mano extendida, su infierno era que lo ignoraran, era dependiente del humor
ajeno, nunca pudo superarlo, era tan delicado como el pétalo de una flor,
frágil y tembloroso; pasar desapercibido era su peor tormento, por eso se volvió tan huraño.
Qué fiel y
gran compañera es la soledad – pensaba – nunca he encontrado nada tan completo
y leal.
Se cansó de
la gente, se hartó de intentar relacionarse con personas, una tras otra
aparecían y luego se esfumaban al ritmo de la decepción. Ah! Qué a gusto cuando se despedían o simplemente a
la hora en que se iban, poco le faltaba para correrlas del lugar.
Se volvió
antisocial, se colmó de sus estúpidas preguntas, se cansó de sus absurdos
comentarios, se aburrió de sugerencias inocuas, por eso huía de la gente, la
evitaba hasta lo imposible.
Cuando alguien aparecía por alguna casualidad, de inmediato se sentía incómodo, no toleraba ni
su presencia ni su voz ni el ruido que producían sus pasos y menos todavía su
respiración.
Prefería
interactuar con las sombras, con la pantalla de su Laptop, abrir un libro y
remontarse entre sus letras, por las páginas, hasta llegar al siguiente
capítulo, donde se sorprendería con pensamientos, relatos, crónicas, discursos
o aventuras llenas de sabiduría y gracia.
En contraste
con las personas reales había de por medio ese tedio repugnante altanero del
sabiondo, del petulante, del burlón, del mentiroso; a veces creía estar
exagerando y se permitía algún acercamiento, pero al fin quedaba profundamente
desilusionado y nuevamente se retraía al interior de su aislamiento, donde lo estaba aguardando su refugio.
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