RUMBO AL PRECIPICIO
-¿Por Qué?- me preguntaba, al ver aquella criatura tan inmensamente triste,
me acerqué y le pregunté el por qué de su llanto.
-Es que se acabaron las vacaciones y con ellas mi libertad, creo que por
eso lloro- me dijo-.
-Ya van a empezar las clases y es un horror, un infierno – un enorme
puchero se dibujó en su carita-.
¿Por qué la educación no ha perdido su carácter represivo, modelador de la
conducta, mediante la disciplina del premio y el castigo? ¿Por qué debemos contentarnos
con las migajas para evitar el hambre?
¿Qué acaso no debemos y tenemos que hacer un mejor mundo para que en él,
habiten las futuras generaciones? Dejarles, al menos, empezada la labor de
limpieza, no ensuciando más nuestro planeta con esta forma de vida de
dispendio, contaminación, crecimiento demográfico y económico depredador.
¿Qué no es tiempo de detener el tren y recapacitar si la dirección es la
correcta? Se han prendido ya los focos rojos, indicando que vamos hacia el
desfiladero.
Hacia allá nos encaminamos y los niños lo intuyen, la escuela es el inicio
del sometimiento del natural espíritu libertario del hombre. Encerrar a las
criaturas dentro de cuatro paredes, desde la madrugada hasta la noche,
escuchando en silencio, sufriendo callados, apachurrados en un pupitre,
doblegados en un asiento, desesperados por respirar un poco de recreo, rayando
un cuaderno con los garabatos del alma, preparándose para la vida burocrática,
la oficina donde pasarán el resto de su vida.
¿Por qué a los niños no les gusta la escuela? ¿Por qué se resisten a acudir
espontanea y alegremente al colegio? Se enferman cuando se aproximan las fechas
de reinicio de clases, surgen toda clase de trastornos, una fobia natural al
encierro, el mismo que les espera cuando lleguen a la fábrica o a la oficina.
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