martes, 11 de agosto de 2015

LA PROPIEDAD



Alrededor de la propiedad ha girado la historia humana, si bien los seres animados al ocupar un lugar en el espacio, naturalmente construyen y se adueñan de sus nidos, madrigueras o cuevas para radicar y establecer sus dominios; el hombre ha exagerado este prurito natural a grados enfermizos.

Los felinos marcan su territorio con sus orines, los insectos perforan cavidades donde resguardan sus crías, las arañas tejen sus telas para atrapar a sus presas, de lo que se concluye que la propiedad es inherente a gran cantidad de las especies no ambulatorias.

Así desde los orígenes del hombre, nuestros ancestros, una vez que dejaron el nomadismo, se asentaron en tierras propicias para la agricultura, cerca de manantiales, ríos y lagos para establecer sus predios y proteger sus familias, de lo que se deduce que la propiedad es un fenómeno natural. 

Históricamente los primeros en llegar a esos lugares adecuados para la vida sedentaria, se consideran los dueños de esas tierras y defenderán su derecho a permanecer en ellos con todos los recursos a su disposición, quienes intenten arrebatarles su propiedad, se toparán con la resistencia concomitante.   

El producto del esfuerzo creativo, del diseño adecuado para satisfacer sus  necesidades, el resultado de la construcción de un instrumento de caza, de labranza o de cualquier otra índole, legitima el derecho de la propiedad.

El heterogéneo desarrollo de las diversas civilizaciones presenta un disímbolo mapa de avances, mientras unos grupos humanos arcaicos llegaron al descubrimiento y dominio del fuego, al descubrimiento y el manejo de los metales, la rueda, la agricultura y la ganadería; otros grupos humanos caminaban a un ritmo más lento, se encontraban rezagados frente a quienes iban a la vanguardia.  Esta disparidad generó el abuso, la conquista y el arrebato de los pueblos adelantados sobre aquellos que venían a la zaga, impotentes para defender sus derechos.

Ni los indígenas americanos ni los asiáticos ni los africanos fueron respetados en sus respectivas propiedades, carecían de la venia catastral de los imperios que los conquistaron.  A espada y fuego les arrebataron sus legendarios dominios por mandato del monarca extranjero que, ahora se enseñoreaba de las tierras del nuevo mundo, al que condenaron a ser saqueado con la bendición cristiana.

Giran así en torno a la propiedad los reinados, los imperios, los principados, los ducados, las monarquías, las dinastías, las herencias; también los robos, los asaltos y las acciones de los piratas; todas las expediciones, los descubrimientos de nuevos continentes, las conquistas y los estados. La injusticia frecuentemente ha ido acompañando estas transacciones que mucho llevan de guerra y abuso del fuerte contra el débil.

Asentado así la natural legitimidad de la propiedad por parte de quien la ha construido con su esfuerzo, se hace necesario deslindar el concepto de aquella propiedad que es arrancada por la fuerza de sus auténticos dueños y aquella que a través de una transacción comercial acordada, pasa de mano a mano.

El problema surge cuando la propiedad es acumulada en grandes proporciones por un agente que la detenta y en la existencia de enormes mayorías que solo poseen las garras que llevan puestas; la propiedad para quienes están en el primer caso es más que sagrada y su solo cuestionamiento representa una blasfemia; lo aberrante y curioso es que el mismo apego siente quien solo posee un anafre, una choza o dos gallinas.

La propiedad privada no debe confundirse entre quienes acumulan grandes fortunas en bienes raíces, acciones bursátiles, metales preciosos y joyas etc. y quienes poseen un departamento de interés social que pagarán en treinta años;  no obstante ambos defenderán con todo su propiedad privada. Por esta razón se facilita en gran manera rechazar a priori cualquier alusión al socialismo y más todavía a la abolición de la propiedad privada, sin importar la magnitud de referencia; engañados los desposeídos aplauden la riqueza, soñando que alguna vez la logren, ahí se les va la vida, la salud y la envidia.

El contar con propiedades supone la diferencia contra quien vive en las calles deambulando o pagando renta en un cuartucho de azotea. Nuestra sociedad se finca en el “tener”, la mayoría de los delitos, los fraudes, el crimen, la corrupción, la política de los negocios y los negocios de la política tan de moda, la plutocracia, los robos, las estafas, el tráfico de personas y de enervantes, se  cometen por la tenencia de propiedades, sean estas muebles, inmuebles, dinero y objetos en general.

Tienes, luego existes; el pobre quiere tener propiedades, el rico quiere más, jamás se sacia. Hoy en día se hace más necesario que nunca deslindar el significado de propiedad, una cosa es un comal y otra un imperio industrial, financiero o de telecomunicaciones.  La injusticia social descansa en la propiedad del capital.

 

    

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