Alrededor
de la propiedad ha girado la historia humana, si bien los seres animados al
ocupar un lugar en el espacio, naturalmente construyen y se adueñan de sus
nidos, madrigueras o cuevas para radicar y establecer sus dominios; el hombre
ha exagerado este prurito natural a grados enfermizos.
Los
felinos marcan su territorio con sus orines, los insectos perforan cavidades donde
resguardan sus crías, las arañas tejen sus telas para atrapar a sus presas, de
lo que se concluye que la propiedad es
inherente a gran cantidad de las especies no ambulatorias.
Así
desde los orígenes del hombre, nuestros ancestros, una vez que dejaron el
nomadismo, se asentaron en tierras propicias para la agricultura, cerca de
manantiales, ríos y lagos para establecer sus predios y proteger sus familias,
de lo que se deduce que la propiedad es un fenómeno natural.
Históricamente
los primeros en llegar a esos lugares adecuados para la vida sedentaria, se
consideran los dueños de esas tierras y defenderán su derecho a permanecer en
ellos con todos los recursos a su disposición, quienes intenten arrebatarles su
propiedad, se toparán con la resistencia concomitante.
El
producto del esfuerzo creativo, del diseño adecuado para satisfacer sus necesidades, el resultado de la construcción
de un instrumento de caza, de labranza o de cualquier otra índole, legitima el
derecho de la propiedad.
El
heterogéneo desarrollo de las diversas civilizaciones presenta un disímbolo
mapa de avances, mientras unos grupos humanos arcaicos llegaron al
descubrimiento y dominio del fuego, al descubrimiento y el manejo de los
metales, la rueda, la agricultura y la ganadería; otros grupos humanos
caminaban a un ritmo más lento, se encontraban rezagados frente a quienes iban
a la vanguardia. Esta disparidad generó
el abuso, la conquista y el arrebato de los pueblos adelantados sobre aquellos
que venían a la zaga, impotentes para defender sus derechos.
Ni los
indígenas americanos ni los asiáticos ni los africanos fueron respetados en sus
respectivas propiedades, carecían de la venia catastral de los imperios que los
conquistaron. A espada y fuego les
arrebataron sus legendarios dominios por mandato del monarca extranjero que,
ahora se enseñoreaba de las tierras del nuevo mundo, al que condenaron a ser
saqueado con la bendición cristiana.
Giran
así en torno a la propiedad los reinados, los imperios, los principados, los
ducados, las monarquías, las dinastías, las herencias; también los robos, los asaltos
y las acciones de los piratas; todas las expediciones, los descubrimientos de
nuevos continentes, las conquistas y los estados. La injusticia frecuentemente
ha ido acompañando estas transacciones que mucho llevan de guerra y abuso del
fuerte contra el débil.
Asentado
así la natural legitimidad de la propiedad por parte de quien la ha construido
con su esfuerzo, se hace necesario deslindar el concepto de aquella propiedad
que es arrancada por la fuerza de sus auténticos dueños y aquella que a través
de una transacción comercial acordada, pasa de mano a mano.
El
problema surge cuando la propiedad es acumulada en grandes proporciones por un
agente que la detenta y en la existencia de enormes mayorías que solo poseen las
garras que llevan puestas; la propiedad para quienes están en el primer caso es
más que sagrada y su solo cuestionamiento representa una blasfemia; lo
aberrante y curioso es que el mismo apego siente quien solo posee un anafre,
una choza o dos gallinas.
La propiedad privada no debe confundirse entre
quienes acumulan grandes fortunas en bienes raíces, acciones bursátiles,
metales preciosos y joyas etc. y quienes poseen un departamento de interés
social que pagarán en treinta años; no
obstante ambos defenderán con todo su propiedad
privada. Por esta razón se facilita en gran manera rechazar a priori cualquier alusión al socialismo
y más todavía a la abolición de la propiedad privada, sin importar la magnitud
de referencia; engañados los desposeídos aplauden la riqueza, soñando que
alguna vez la logren, ahí se les va la vida, la salud y la envidia.
El
contar con propiedades supone la diferencia contra quien vive en las calles
deambulando o pagando renta en un cuartucho de azotea. Nuestra sociedad se
finca en el “tener”, la mayoría de los delitos, los fraudes, el crimen, la
corrupción, la política de los negocios y los negocios de la política tan de
moda, la plutocracia, los robos, las estafas, el tráfico de personas y de
enervantes, se cometen por la tenencia
de propiedades, sean estas muebles, inmuebles, dinero y objetos en general.
Tienes,
luego existes; el pobre quiere tener propiedades, el rico quiere más, jamás se
sacia. Hoy en día se hace más necesario que nunca deslindar el significado de
propiedad, una cosa es un comal y otra un imperio industrial, financiero o de
telecomunicaciones. La injusticia social
descansa en la propiedad del capital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario