LAS COSAS
Parecía
que todo se confabulaba en su contra, a veces hasta él mismo formaba parte del
complot, era como si los objetos inanimados conspiraran conforme a un diabólico
plan para sacarlo de sus casillas, haciéndole
de cuadritos la vida.
Si no
eran los frascos que de sus manos resbalaban para hacerse añicos en el piso,
eran los cordeles anudados tan fuertemente que le era imposible desatarlos, o
la pata de la silla que se incrustaba entre sus dedos descalzos, o cuando tiraba
accidentalmente la olla repleta de caldo en la cocina.
Clavando
se martillaba un dedo, cosiendo se encajaba la aguja, prendiendo la lumbre se
quemaba la mano, tropezaba con su pie y caía de bruces, sin querer derramaba
los contenidos de agua, leche, jugos y líquidos en general con el consecuente
quebradero de vasos, platos y jarrones.
Decidió
no volverse a espantar las moscas que continuamente revoloteaban a su rededor
por temor a romper mesas, cortinas y cristales; a los mosquitos dejó de
combatirlos cuando le zumbaban entre las orejas, pues tratando de aplastarlos
en su cara, ya presentaba horrendos moretones de tanta cachetada.
Luego
llegaba ese viento repentino que soplaba elevando por los aires todos sus
papeles, hasta hacerlos desaparecer tras la barda de su pobre casa, la escalera
se tambaleaba cuando en último peldaño se balanceaba incierto y allá iba a dar
contra las aristas y las lozas de cantera para abrirse las carnes.
Por más
que despotricaba e insultaba soezmente a las cosas, éstas permanecían
indiferentes a sus ofensas, silenciosas seguían haciendo de las suyas, para
hacerle imposible la vida. En sus adentros se preguntaba si era verdaderamente
torpe o simplemente distraído, porque sus movimientos parecieran
deliberadamente descoordinados, se metía el pie como si fuese una broma
macabra, las zancadillas eran constantes.
Las
cosas parecían burlarse, las asía frenético con sus dedos y escapaban,
saltaban, se rompían con estruendo, lo que tocaba podía quebrarse, se
desplazaba con tiento, de puntitas para no enojarlas y pasar desapercibido.
El
carbón grafo de su lápiz se quebraba, al sacarle punta le salía sangre de las
yemas, a la pluma se le escurría la tinta, el radio no sintonizaba, la estufa
no prendía, la llave no abría, el tinaco se desparramaba, la manguera se
tapaba, el polvo -no solo todo lo cubría sino que - se incrustaba en las
entrañas de los delicados mecanismos de sus aparatos, su casa se desmoronaba a
cachos.
Las
cortinas se desprendían, los mosquiteros cargados de tierra ensombrecían los aposentos,
las paredes se descarapelaban, la computadora infectada por tanto virus no
respondía mas que con pausas eternas y él en su afán de reparar, todo lo dejaba
inservible.
Decidió
internarse en un manicomio, ahí acabó con el laboratorio, rompió probetas,
matraces, estufas, microscopios, básculas, centrífugas, espectrofotómetros y baños maría; hasta que aquí lo amarraron,
míralo allá está, es el que tiene la camisa de fuerza, solo así está en paz.
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