martes, 11 de agosto de 2015

LAS COSAS



LAS  COSAS

Parecía que todo se confabulaba en su contra, a veces hasta él mismo formaba parte del complot, era como si los objetos inanimados conspiraran conforme a un diabólico plan para sacarlo de sus casillas, haciéndole  de cuadritos la vida.

Si no eran los frascos que de sus manos resbalaban para hacerse añicos en el piso, eran los cordeles anudados tan fuertemente que le era imposible desatarlos, o la pata de la silla que se incrustaba entre sus dedos descalzos, o cuando tiraba  accidentalmente la olla repleta de caldo en la cocina.

Clavando se martillaba un dedo, cosiendo se encajaba la aguja, prendiendo la lumbre se quemaba la mano, tropezaba con su pie y caía de bruces, sin querer derramaba los contenidos de agua, leche, jugos y líquidos en general con el consecuente quebradero de vasos, platos y jarrones.

Decidió no volverse a espantar las moscas que continuamente revoloteaban a su rededor por temor a romper mesas, cortinas y cristales; a los mosquitos dejó de combatirlos cuando le zumbaban entre las orejas, pues tratando de aplastarlos en su cara, ya presentaba horrendos moretones de tanta cachetada.
 
Luego llegaba ese viento repentino que soplaba elevando por los aires todos sus papeles, hasta hacerlos desaparecer tras la barda de su pobre casa, la escalera se tambaleaba cuando en último peldaño se balanceaba incierto y allá iba a dar contra las aristas y las lozas de cantera para abrirse las carnes.

Por más que despotricaba e insultaba soezmente a las cosas, éstas permanecían indiferentes a sus ofensas, silenciosas seguían haciendo de las suyas, para hacerle imposible la vida. En sus adentros se preguntaba si era verdaderamente torpe o simplemente distraído, porque sus movimientos parecieran deliberadamente descoordinados, se metía el pie como si fuese una broma macabra, las zancadillas eran constantes.

Las cosas parecían burlarse, las asía frenético con sus dedos y escapaban, saltaban, se rompían con estruendo, lo que tocaba podía quebrarse, se desplazaba con tiento, de puntitas para no enojarlas y pasar desapercibido.

El carbón grafo de su lápiz se quebraba, al sacarle punta le salía sangre de las yemas, a la pluma se le escurría la tinta, el radio no sintonizaba, la estufa no prendía, la llave no abría, el tinaco se desparramaba, la manguera se tapaba, el polvo -no solo todo lo cubría sino que - se incrustaba en las entrañas de los delicados mecanismos de sus aparatos, su casa se desmoronaba a cachos.

Las cortinas se desprendían, los mosquiteros cargados de tierra ensombrecían los aposentos, las paredes se descarapelaban, la computadora infectada por tanto virus no respondía mas que con pausas eternas y él en su afán de reparar, todo lo dejaba inservible.

Decidió internarse en un manicomio, ahí acabó con el laboratorio, rompió probetas, matraces, estufas, microscopios, básculas, centrífugas, espectrofotómetros y  baños maría; hasta que aquí lo amarraron, míralo allá está, es el que tiene la camisa de fuerza, solo así está en paz.            

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