MIEDO A LA LIBERTAD
Buscaba
un árbol donde atarse, traía un buen collar, aunque ya había pensado ir con el
talabartero para un ajuste, no le apretaba lo suficiente, lo que él hubiera
querido, quizá se fue aflojando con los años, tal vez había perdido peso, pues
era la época de las vacas flacas.
-Ya
cincharé bien esta correa- se decía- por ahora debo encontrar aunque sea un
poste donde amarrar mi cadena, que ya de por sí es pesada, la traigo
arrastrando desde aquel cerro, señalaba con su brazo.
Notó que
su cadena tenía algunos eslabones flojos, esa era una de sus grandes
preocupaciones, cómo le hubiera gustado estrenar unos flamantes grilletes, de
esos que se hacían en los buenos tiempos; tímidamente se asomó a la herrería,
el dueño con un ademán le invitó a entrar para revisar su equipo, la siento
frágil - le dijo – en cualquier momento se puede romper, le ruego la repare
para quedar asegurado a ella – le comentó.
No se
apure, déjemela y venga por ella mañana, a primera hora se la tengo lista –
pero Señor herrero no puedo andar libre, sin mi cadena no me hallo, -le presto
esta correa mientras, - le dijo el artesano - está bastante firme, échele nudo
ciego y verá que se sentirá seguro.
Esa
noche otros clientes de la herrería llegaron con encargos múltiples y por error
se confundió la cadena de aquel manso sujeto, al día siguiente cuando volvió
por su cadena, se encontró con que no aparecía por más que el herrero la
buscaba entre placas, alambres, cajas, herramientas y soldaduras.
Desesperado
por su cadena echó a llorar de angustia, - es que es algo verdaderamente
espantoso, esta correa puede romperse con un fuerte tirón que le dé mi amo,
podría yo huir, escapar y entonces sería mi ruina, por favor señor herrero, repóngamela, encuéntrela, sustitúyamela o haga
algo para calmar mi angustia.
Los ojos
le brillaron cuando vio unos barrotes que el herrero soldaba en una reja, luego
se fijo en una enorme chapa, en los candados oxidados que colgaban del anaquel
del fondo también en las ganzúas y aldabas, se encantaba viendo cerrojos y
bisagras, pero no cambiaba sus ataduras por nada.
Aquí
está su cadena- le dijo el herrero – abróchesela bien y encuentre un barandal
donde atorarse, se llenó de júbilo y no se volvió a apartar de su puesto, desde
entonces permanece ahí, en calidad de
jumento petrificado.
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