miércoles, 21 de enero de 2015

Miedo a la libertad



MIEDO A LA LIBERTAD

Buscaba un árbol donde atarse, traía un buen collar, aunque ya había pensado ir con el talabartero para un ajuste, no le apretaba lo suficiente, lo que él hubiera querido, quizá se fue aflojando con los años, tal vez había perdido peso, pues era la época de las vacas flacas.

-Ya cincharé bien esta correa- se decía- por ahora debo encontrar aunque sea un poste donde amarrar mi cadena, que ya de por sí es pesada, la traigo arrastrando desde aquel cerro, señalaba con su brazo.

Notó que su cadena tenía algunos eslabones flojos, esa era una de sus grandes preocupaciones, cómo le hubiera gustado estrenar unos flamantes grilletes, de esos que se hacían en los buenos tiempos; tímidamente se asomó a la herrería, el dueño con un ademán le invitó a entrar para revisar su equipo, la siento frágil - le dijo – en cualquier momento se puede romper, le ruego la repare para quedar asegurado a ella – le comentó.

No se apure, déjemela y venga por ella mañana, a primera hora se la tengo lista – pero Señor herrero no puedo andar libre, sin mi cadena no me hallo, -le presto esta correa mientras, - le dijo el artesano - está bastante firme, échele nudo ciego y verá que se sentirá seguro.

Esa noche otros clientes de la herrería llegaron con encargos múltiples y por error se confundió la cadena de aquel manso sujeto, al día siguiente cuando volvió por su cadena, se encontró con que no aparecía por más que el herrero la buscaba entre placas, alambres, cajas, herramientas y soldaduras.

Desesperado por su cadena echó a llorar de angustia, - es que es algo verdaderamente espantoso, esta correa puede romperse con un fuerte tirón que le dé mi amo, podría yo huir, escapar y entonces sería mi ruina, por favor señor herrero,  repóngamela, encuéntrela, sustitúyamela o haga algo para calmar mi angustia.

Los ojos le brillaron cuando vio unos barrotes que el herrero soldaba en una reja, luego se fijo en una enorme chapa, en los candados oxidados que colgaban del anaquel del fondo también en las ganzúas y aldabas, se encantaba viendo cerrojos y bisagras, pero no cambiaba sus ataduras por nada.
Aquí está su cadena- le dijo el herrero – abróchesela bien y encuentre un barandal donde atorarse, se llenó de júbilo y no se volvió a apartar de su puesto, desde entonces permanece ahí,  en calidad de jumento petrificado.

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