EL MONSTRUO
Ninguna humana
se deja querer, todas me huyen, rehúsan mis
besos, rechazan mis ruegos, se resisten a mis caricias, son sordas a mis palabras de
amor, a mis declaraciones de cariño. Repudian mi querer, desprecian mis
sentimientos, son renuentes a mi compañía, desvían su mirada cuando aparezco,
esquivan mi presencia, no me lo explican, simplemente me evaden.
Lo
intenté todo, fui capaz hasta de trabajar para merecer su atención, brindé por ellas, les llevé serenatas, les
compuse versos que recité con mi mejor voz, me esmeré en ser un joven
interesante, les compré regalos, les di flores, perfumes, brazaletes, pulseras, collares y anillos,
pero solo recibí desprecios.
Seguí a
muchas, todas se escondían, las encontraba y se agachaban, las apuntaba con el
índice y se escabullían entre la muchedumbre del mercado, les gritaba y se
hacían las sordas, lo intenté todo inútilmente, lo único que conseguí, fue la
más recalcitrante indiferencia.
Les daba
asco mi lepra, no les agradaba mi aliento nauseabundo, lo visco de mis ojos les
desagradaba, mi cojera les causaba prisa, mi labio leporino las enfriaba, mi
calvicie las entristecía, mi mal humor las espantaba, mi joroba las aturdía, mi
hedor las enloquecía, repudiaban mis encías, mi conversación les provocaba
grima.
Para colmo,
lo que más les repugnaba era la pobreza que siempre me había embargado, ninguna
quería saber de mí, siempre ponían distancia cuando mi sombra se acercaba,
aceleraban el paso, escapaban, preferían sumergirse en el primer pantano del
camino, que voltearme a ver.
Por eso
me vine aquí, a esta cueva inmunda, llena de murciélagos, ellos no me rechazan,
revolotean por las noches golpeando suavemente mi cabeza, se acomodan en mis
hombros, me lamen las manos y los ojos, se limpian los bigotes con mis pelos, muerden
mi cuello dulcemente, sorben la pus que me drena, beben mis plaquetas
adoloridas, soban con su trompa mis parpados, lloran conmigo mi suerte.
A veces
me los como crudos, no me gustan guisados, los destripo a dentelladas, luego
los beso y los abrazo, de las muchachas ¡no quiero saber ya nada! ¿Por
qué? Sospecho que soy un monstruo como
el de la metamorfosis Kafkiana.
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