miércoles, 21 de enero de 2015

El Monstruo



EL  MONSTRUO

Ninguna humana se deja querer, todas me huyen, rehúsan mis besos, rechazan mis ruegos, se resisten a mis caricias, son sordas a mis  palabras de amor, a mis declaraciones de cariño. Repudian mi querer, desprecian mis sentimientos, son renuentes a mi compañía, desvían su mirada cuando aparezco, esquivan mi presencia, no me lo explican, simplemente me evaden.

Lo intenté todo, fui capaz hasta de trabajar para merecer su atención,  brindé por ellas, les llevé serenatas, les compuse versos que recité con mi mejor voz, me esmeré en ser un joven interesante, les compré regalos, les di flores, perfumes,  brazaletes, pulseras, collares y anillos, pero solo recibí desprecios.

Seguí a muchas, todas se escondían, las encontraba y se agachaban, las apuntaba con el índice y se escabullían entre la muchedumbre del mercado, les gritaba y se hacían las sordas, lo intenté todo inútilmente, lo único que conseguí, fue la más recalcitrante indiferencia.

Les daba asco mi lepra, no les agradaba mi aliento nauseabundo, lo visco de mis ojos les desagradaba, mi cojera les causaba prisa, mi labio leporino las enfriaba, mi calvicie las entristecía, mi mal humor las espantaba, mi joroba las aturdía, mi hedor las enloquecía, repudiaban mis encías, mi conversación les provocaba grima.

Para colmo, lo que más les repugnaba era la pobreza que siempre me había embargado, ninguna quería saber de mí, siempre ponían distancia cuando mi sombra se acercaba, aceleraban el paso, escapaban, preferían sumergirse en el primer pantano del camino, que voltearme a ver.

Por eso me vine aquí, a esta cueva inmunda, llena de murciélagos, ellos no me rechazan, revolotean por las noches golpeando suavemente mi cabeza, se acomodan en mis hombros, me lamen las manos y los ojos, se limpian los bigotes con mis pelos, muerden mi cuello dulcemente, sorben la pus que me drena, beben mis plaquetas adoloridas, soban con su trompa mis parpados, lloran conmigo mi suerte.

A veces me los como crudos, no me gustan guisados, los destripo a dentelladas, luego los beso y los abrazo, de las muchachas ¡no quiero saber ya nada!    ¿Por qué?  Sospecho que soy un monstruo como el de la metamorfosis   Kafkiana.  


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