FRACASO DE UNA CIVILIZACIÓN
A pesar
de los enormes avances científicos y tecnológicos que ha experimentado la
humanidad, aunque se hayan roto las barreras atómicas y se haya explorado el
espacio sideral, aún cuando grandes genios hayan alumbrado con su lucidez la
filosofía, la literatura, la música y las demás artes, somos una civilización
fracasada.
Las
guerras y el crimen no tan solo no han menguado, sino que la historia nos
revela que van en aumento. Tanto el
individuo como la sociedad continúan cayendo en los mismos errores de antaño,
solo que ahora – en el contexto de la modernidad – la ambición desmedida de los
poderosos se hace letal, la corrupción y la impunidad van de la mano, campean
por todos los rincones, la justicia ha sido despreciada y olvidada en un
rincón, la barbarie en el centro y en todos los puntos cardinales, nos quedamos estancados en el salvajismo del
chimpancé.
El
sufrimiento de los pueblos, bajo el yugo del poder, ha sido tolerado a todo lo
largo de nuestra extraña historia, la injusticia sobre los más débiles, es el
pan de cada día; el abuso de las élites ensoberbecidas, repercute en las bases
populares de toda el orbe, nuestra civilización sigue fracasando.
Dos
patéticas guerras mundiales azotaron el siglo pasado, un sin número de
conflictos bélicos no han dejado de eslabonarse durante milenios, tal parece
que la humanidad y la violencia, son un binomio inseparable. Parece natural en
nosotros el afán de ganar, de triunfar, de someter, de obtener ventaja sobre
los demás, de competir para lograr éxito y supremacía; en este contexto nos
desenvolvemos; pisoteando, abusando, destruyendo.
Admiramos
a los ganadores, a los encumbrados, a los que han llegado a la cima, sea como
sea, están en la cumbre y los miramos extasiados. Despreciamos a los
perdedores, son las mayorías anónimas que no merecen atención, tan mediocres
como nosotros mismos. Nuestra naturaleza es cruel.
Mueren
los cabecillas, los hombres malvados, los criminales, los abusivos, los
corruptos, los ladrones, los líderes infames; pero les sustituyen otros iguales
o peores. Mueren los perros, pero la rabia no se acaba, la corrupción, la
impunidad y la injusticia siguen indelebles. Hay algo profundamente malo en
nuestro sistema e convivencia, una esencia nefasta, una ambición enfermiza que
empuja al irreversible e inminente fracaso de nuestra civilización.
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