LOS OLVIDADOS
En esa
miserable cueva se amontonan: pordioseros, limosneros, lumpen, andrajosos,
menesterosos y vagos.
Trapos
hediondos, moscas, pulgas, piojos y chinches saltan en medio y alrededor de
trapos, cobijas, capas, gorras, sombreros y roídos cobertores.
Las
ratas tienen sus madrigueras entre las colchas y los colchones, el grasoso suelo es una cuna de cucarachas, lombrices y
escarabajos; el apestoso drenaje abierto, pulula de burbujas de diferentes
radios que, al reventar, salpican los rostros de los ahí hacinados.
Llegan
de sus distintos distritos, con sus respectivos morrales, llenos de basura
selecta, todo apesta a una suerte de mugre mezclada, proveniente de los barrios
donde estos desgraciados, estos olvidados suplican ayuda monetaria a los
transeúntes que circulan por las arterias citadinas.
Por la
noche encienden veladoras, destapan ánforas para beber sotol, inhalan solventes o
se masturban entre desentonados cánticos de música tardía.
Chapotean
beodos entre el fango de suciedad que cubre el suelo, ahí acurrucados entre
mantas y costales, prenden sus colillas, encienden sus radios y celulares, para
enterarse de las cotizaciones de la bolsa de Wall Street, del índice Nikey o
del Navsdak.
Abren
sus paliacates y sacan sus ganancias del día para recontarlas por enésima vez,
clasifican sus monedas, hacen cuentas y miran desconfiados a su rededor.
Luego
guardan en lo más profundo de sus camisones y abrigos su tesoro, duermen con un
ojo abierto, siempre alertas para no ser sorprendidos por los ladrones de la
noche, que siempre acechan a hurtadillas para aprovechar el menor descuido y
extraer en silencio lo ajeno. Son los
olvidados, no exentos de discordia, se vigilan desconfiados unos a otros.
El
hambre apremia, hay que aprovechar los cruces de las esquinas principales,
respetando las reservadas por los líderes, hay que cargar los cachivaches y llenar
las botellas de combustóleo, para lanzar las lenguas de fuego, hay que pintarse la cara de contrastantes
colores, hay que entrenar los malabares, hay que rezar y encomendarse a la
virgen del zapote y a la santa muerte.
Ellos no
cuentan, no son censados por las estadísticas del instituto de geografía, son
los negados de la vida, nacieron en un tiradero, entre el humo de las llantas
ardiendo, en medio de las infecciones microbianas más espeluznantes, llegaron a
este mundo a padecer las inclemencias, están pagando el karma, según pretextan
los jerarcas de la iglesia, son flojos, no quisieron ir a la escuela, no
quieren trabajar, prefieren dar lástima y sobrevivir de ella y de los
desperdicios de la urbe.
No
tienen nombre ni apellido, solo apodo, no los atienden ni en el seguro ni en el
iste ni el popular, no votan ni serán votados. No se les toma en cuenta, es
más, no existen.
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