miércoles, 21 de enero de 2015

Los Olvidados



LOS  OLVIDADOS

En esa miserable cueva se amontonan: pordioseros, limosneros, lumpen, andrajosos, menesterosos y vagos.

Trapos hediondos, moscas, pulgas, piojos y chinches saltan en medio y alrededor de trapos, cobijas, capas, gorras, sombreros y roídos cobertores.

Las ratas tienen sus madrigueras entre las colchas y los colchones, el grasoso  suelo es una cuna de cucarachas, lombrices y escarabajos; el apestoso drenaje abierto, pulula de burbujas de diferentes radios que, al reventar, salpican los rostros de los ahí hacinados.

Llegan de sus distintos distritos, con sus respectivos morrales, llenos de basura selecta, todo apesta a una suerte de mugre mezclada, proveniente de los barrios donde estos desgraciados, estos olvidados suplican ayuda monetaria a los transeúntes que circulan por las arterias citadinas.

Por la noche encienden veladoras, destapan  ánforas para beber sotol, inhalan solventes o se masturban entre desentonados cánticos de música tardía.

Chapotean beodos entre el fango de suciedad que cubre el suelo, ahí acurrucados entre mantas y costales, prenden sus colillas, encienden sus radios y celulares, para enterarse de las cotizaciones de la bolsa de Wall Street, del índice Nikey o del Navsdak.

Abren sus paliacates y sacan sus ganancias del día para recontarlas por enésima vez, clasifican sus monedas, hacen cuentas y miran desconfiados a su rededor.

Luego guardan en lo más profundo de sus camisones y abrigos su tesoro, duermen con un ojo abierto, siempre alertas para no ser sorprendidos por los ladrones de la noche, que siempre acechan a hurtadillas para aprovechar el menor descuido y extraer en silencio lo ajeno.  Son los olvidados, no exentos de discordia, se vigilan desconfiados unos a otros.

El hambre apremia, hay que aprovechar los cruces de las esquinas principales, respetando las reservadas por los líderes, hay que cargar los cachivaches y llenar las botellas de combustóleo, para lanzar las lenguas de fuego,  hay que pintarse la cara de contrastantes colores, hay que entrenar los malabares, hay que rezar y encomendarse a la virgen del zapote y a la santa muerte.
Ellos no cuentan, no son censados por las estadísticas del instituto de geografía, son los negados de la vida, nacieron en un tiradero, entre el humo de las llantas ardiendo, en medio de las infecciones microbianas más espeluznantes, llegaron a este mundo a padecer las inclemencias, están pagando el karma, según pretextan los jerarcas de la iglesia, son flojos, no quisieron ir a la escuela, no quieren trabajar, prefieren dar lástima y sobrevivir de ella y de los desperdicios de la urbe.

No tienen nombre ni apellido, solo apodo, no los atienden ni en el seguro ni en el iste ni el popular, no votan ni serán votados. No se les toma en cuenta, es más, no existen.                 

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