FULMINADOS BAJO LA
TORMENTA
No se daba cuenta que modulaba los sucesos, que cambiaba la
realidad, que modificaba los acontecimientos, que detenía el próximo acontecer,
que alteraba los hechos sin proponérselo, no se daba cuenta de su poder, su
simple presencia era suficiente para transformar la realidad.
Me percaté poco a poco de como su voluntad se iba imponiendo
en lo que luego ocurriría, todo lo que pensaba y decía se cristalizaba, se lo
quise decir, buscaba la oportunidad, pues lo había comprobado no sin cierto
temor.
Un día me confesó que le daban ganas de que su mujer
muriera, que lo tenía harto. En el
sepelio nos encontramos, se me quedó mirando, bajé la cabeza y nos fuimos
caminando al panteón, le pregunté de qué había ella muerto (?). Sacó un pañuelo
y avanzó unos pasos sollozando; de tedio, me dijo, tal fue la abismal depresión
que tuvo, hasta que se suicidó.
-¿Por qué querías que muriera?- Fue entonces cuando se dio
cuenta que su voluntad se cumplía fatal e inexorablemente, quedó estupefacto,
impresionado y sorprendido por la potencia de ese poder, ya desenmascarado que
poseía.
Yo la maté, gritó y levantó los brazos al cielo, se juntaron
los nubarrones, se oscureció la tarde de manera repentina, una tempestad se
desató con relámpagos y truenos que salían de la tierra hacia las alturas, yo
estaba petrificado.
Ahí quedamos los dos fulminados en la tormenta.
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