LOS TÍMIDOS
Los tímidos se reconocen entre ellos a leguas, son como los
animales de la selva; cada vez que tienen que enfrentar a un público atento emerge
el pánico escénico y una parálisis los invade, delante de un desconocido se
turban hasta casi perder el equilibrio, cambian de color casi de inmediato,
sienten que se les cae la cara de vergüenza y de su lengua no sale sonido
alguno sino un lamento sordo que se pierde en el paladar.
No quieren conocer a nadie, ni ir a parte alguna donde pueda
haber el riesgo de quedar mudos, por eso se mantienen ocultos entre las paredes
de sus guaridas mentales, a veces salen al bosque, ahí se sienten libres, con
los animales no tienen miedo, los tímidos caminan siempre en la cuerda floja,
no conocen ni sombra de la seguridad.
Los tímidos tiemblan cuando alguien se acerca, rezan en
silencio por pasar desapercibidos, están siempre a la defensiva, rehúyen todo
contacto social, cualquier intento de proximidad lo toman como amenaza, esperan
el insulto y el desprecio como cuota forzosa, se disfrazan de víctimas al menor
indicio de conversación, eluden el diálogo como de la lepra, andan como heridos
de gravedad y en su mirada se refleja un dolor fantasmal; cuando pasa de largo
el transeúnte sin notar su presencia, un gran alivio les consuela.
Pueden llegar al desmayo como mecanismo de defensa, no
quieren escuchar a nadie, no quieren saber de viva voz nada, prefieren leerlo y
mejor de conocerlo, la voz se les corta, su sonrisa es apagada y a lo sumo
fingida, no quieren que nadie los busque ni que nadie les pregunte nada, les
gusta callar, moverse con sigilo, sellados los labios, sudan frío, tienen
atorada la lengua, no saben pronunciar predicados, enfrente a los demás no se
les ocurre nada más que salir corriendo y perderse para siempre en los
matorrales.
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