EL PRECIO DE LA PAZ
¿Quién Después de ser rescatado de la fatalidad repela? Habrá que estar de plácemes con el azar, la fortuna o el destino ¡agradecer no cuesta nada!
Cuando el infortunio, lleno
de sufrimientos, penas y desengaños ha pasado y nos guarecemos en una playa,
bajo la bondadosa sombra de una palmera, para beber generosamente de prístino
manantial, en medio de este placentero sosiego, llega esa tranquilidad que
refresca el cuerpo, la mente y el alma.
Desaparecen así los rencores,
los odios, los resentimientos y el perdón nace del pecho para difundirse a
todos los rincones del ser.
La vida jamás ha sido fácil
para nadie, desde que es disparado ese espermatozoide, empieza la lucha por la
fecundación, por la sobrevivencia, por trascender; de ahí en adelante no para
el esfuerzo del embrión para romper la obstrucción que la adversidad le opone,
aún no presiente que acabará sucumbiendo a la vuelta del tiempo ante la siempre
eterna muerte.
Una y otra vez el peligro
insiste, el riesgo disminuye y aumenta a intermitente ritmo, cuando tenemos la
soga al cuello, cuando ha caído el diluvio sobre nuestra choza, cuando nos
arrastra desbocada la yegua indómita, cuando el astado ha encajado el cuerno en
nuestro vientre, a la hora en que vamos acelerados cayendo hacia el fondo del
abismo, allí cuando no hay más aire en los tanques del aqualón y el espejo del
agua sobre nosotros aparece como un lejano y cristalino firmamento.
Cuando nos quedamos
petrificados frente a las mandíbulas rugientes del león, azorados ante las
abiertas quijadas del saurio, perplejos por el sonar del cascabel del crótalo, paralizados contra la suculenta
mirada del gigantesco escualo, cuando nos apunta el cañón tembloroso del arma
del asaltante o las piernas nos tiemblan donde la piel nos anuncia que, un
puñal ha rasgado nuestras vestiduras antes de penetrar nuestras carnes, ahí
cuando el veneno de aquella pócima infernal empieza hacer efecto en las
entrañas y no hallamos el antídoto bendito.
En los momentos en que oímos
el silbato de la locomotora que acerca por la vía sus vagones, mientras
intentamos de nuevo la marcha del vehículo atorado entre el fierro; cuando
vamos dando volteretas sobre el pavimento con rumbo a las rocas o salimos del
asfalto hacia el abismo, cuando la tierra tiembla y se sacude el techo como si
fuera de tela ese concreto que tan sólido parece y las paredes se mecen como si
fueran de papel.
Ahí a la hora del Tsunami
donde las olas cubren los rascacielos, la tromba desatada dobla los más fuertes
robles y gruesos encinos, en ese momento cuando revientan las cortinas de las
presas, cuando el torbellino indomable del tornado eleva autos y tractores por
los cielos, cuando el avión donde volamos se sacude estrepitosamente, allí donde la enfermedad produce terribles
dolores y nos flagela con los más indescriptibles sufrimientos..............
Entonces súbitamente ¡Cesa
todo y empieza la calma! ese silencio confortable que nos devuelve la vida, la
armonía parece desparramarse encima nuestro, la concordia establecerse; solo entonces
valoramos la tranquilidad recuperada y una tímida felicidad asoma discreta en
el corazón su sonrisa, para empezar de nuevo el desafío; porque no se sabe lo
que se tiene, hasta que se le ve perdido.
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