ATIBORRADO DE DIOSES.
Quería un infierno privado, sólo y nadie más, donde en el
peor de los castigos imaginados estaría condenado por toda la eternidad, sin
esperanza alguna por haber sido descreído y libre.
Disfrazados con túnicas y velos, los intermediarios, en su
nombre le habían arrebatado su dicha, amenazando con el castigo eterno,
prometiendo el edén a cambio de su libre albedrío, habían sido siempre
exigentes, no se saciaban nunca de sacrificios, de entregas, de resignaciones,
de súplicas, de ayunos, de peregrinaciones, de cánticos y plegarias como
tampoco de limosnas.
Ese fue el costo del desacato teológico; acabó maldiciendo,
blasfemando, anatemizando e insultando a los dioses, mismos que siempre habían
brillado por su ausencia.
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