LA MUERTE ESTÁ DE MODA
La moda de
morir había llegado con renovados bríos, nunca se había retirado del todo, a
pesar de remedios, medicinas, campañas de sanitización, vacunas, médicos, hospitales,
sanatorios, curas y cirugías.
Por obvias
razones la gente la procuraba evitar, ni siquiera hablar de ella, un tema
indecente en la sociedad del mundo.
De pronto
apareció con toda su majestuosidad, poco a poco se hacía cotidiana en algunas
zonas y empezaba a ser algo familiar en el seno de pueblos y ciudades.
La habían
echado de menos por el breve tiempo en que se ausentó, pero finalmente llegó
para quedarse, ¡no nos dejes! Habían clamado hortelanos, arrieros, campesinos,
pastores, albañiles, obreros, oficinistas, vendedores, vagos, presos, sinvergüenzas,
burócratas y amas de casa.
¡Yo, yo! Gritaban
los enfermos, ¡yo! Demandaban los moribundos, no nos abandones exclamaban los
heridos, las viudas se apretujaban en fila en las funerarias para obtener una
ficha y esperar su anhelado turno.
La muerte
llegaba serena, humilde, vestida de desgarrada y negra túnica, cubierta por un
velo que ocultaba su sarcástico rostro, avanzaba por las polvorientas calles
donde soplaba fúnebre viento con siniestro olor a cementerio.
¡Por fin has
llegado! – cantaron ansiosos los ancianos, nos has escuchado vociferaron los
menesterosos; nadie huyó, todos se entregaron a ella con admirable estoicismo.
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