CRUX
En esa religión,
ser feliz es el peor de los pecados, imperdonable
para los infieles, la felicidad es irresistible para los débiles de carácter,
más no para aquellos que se mantienen puros abrazando la fe.
La alegría
la califican como impudicia, la sonrisa como majadería, la risa como maldición,
el placer como vergüenza, la carcajada como el colmo del delito; cualquier
actividad dirigida a disfrutar de la vida es condenada.
Todos tienen
que estar acongojados, meditabundos, cabizbajos y tristes; tal como debe ser,
tal como dios manda; obligados a ser agachados por sus culpas, arrepentidos por
sus faltas, compungidos por sus actos, denigrados por sus excesos, arrastrando
sus penas como lo ordenan los cánones de la iglesia.
No queda más
que rezar, ahí está el recurso de la oración y la plegaria, también el
sacrificio y la penitencia, peregrinaciones, mandas, cánticos, alabanzas, bendiciones,
rosarios, salmos, letanías, persignaciones, genuflexiones y golpes de pecho
demostrando resignación en el rostro.
Las lágrimas
son bienvenidas, el llanto abundante buena señal, el grito de dolor una perla,
aquí se ha venido a padecer, a sufrir y al que dude, un castigo eterno le
aguarda en el infierno, amenazan los sacerdotes.
A pesar y
por todo ello, los templos se atiborran de feligreses, los fieles creyentes
hacen fila para entregar limosnas y diezmos, todos imploran perdón para
salvarse. Y ¡ay! De aquél que siquiera se atreva a vacilar de la doctrina.
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