LIBERAD MENTAL
Tenía miedo
de sus pensamientos; a veces iban creciendo de apoco, otras irrumpían de manera intempestiva, dislocando su mente,
temía perder el control de lo que sucedía en su cabeza, de pronto se disparaba
sin freno y como un potro desbocado transgredía todas las fronteras de la razón
y la prudencia.
Le sucedía
en el silencio de la tarde o podía ser en esos momentos de calma en los que parece
que el tiempo se detiene; entonces, su
mente se aceleraba iniciando una vertiginosa carrera hacia territorios desconocidos,
de los que era imposible rescatarla y regresarla dentro de los límites
permitidos.
Extrañas
figuras intentaban aparecer en su imaginación, prodigios llegados de los
confines más estrafalarios del inconsciente, hacían fila o se amontonaban a la
entrada de sus reflexiones, las inhibía en ocasiones con cierto éxito, otras
veces sus intentos de reprimir aquellas imágenes, a veces tortuosas,
fantasmagóricas o celestiales, resultaban inútiles.
Generalmente
tenía frenada la máquina de la creación, el motor de sus sueños y de sus
ensueños, alucinaciones disparatadas, tangenciales, obtusas que renegaban
descaradamente de la norma.
Era como si
dentro de una prisión estuviese en cerrado un monstruo gigantesco, un genio
irredento, irrespetuoso e irreverente de todo lo autorizado por la tradición y
la moral pública; se sentía avergonzado de padecer aquellas ideas que se
escondían en los rincones más lúgubres de su ser.
Pero él
vigilaba atento, había encargado a su consciencia coartar la libertad de toda osadía
que hiciera tambalear su cordura, aplicar la guillotina apenas asomaran esas
ideas estrambóticas, debía responder ante el tribunal donde se juzgaba a
distancia y se acechaba en vigilia permanente, cualquier transgresión a las
buenas costumbres.
No obstante
estaba convencido de algún día poder liberarse de las cadenas y dar rienda
suelta a sus dones espontáneos, intuitivos de creación íntima, hasta hoy
secuestrados por los prejuicios de la costumbre.
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