TIMIDEZ
En el momento en que entró en escena se bloqueó, era como si se le
cerrara la puerta de la biblioteca donde guardaba la memoria, quedó trabado, se
borraba hasta el olvido, se sentía como suspendido en una nube del limbo, de la
nada.
Subido en la palestra, observaba aquel público, ávido de sus
palabras, sediento de sus enseñanzas, hambriento de sus explicaciones, deseoso
de conocer sus pensamientos; el tiempo se alongaba, lo retrasaba con su lenta
cadencia en un eterno paréntesis que hubiera preferido petrificar y en el que
esperaba que un rayo lo partiera, iluminado de todos los colores, llegó donde
los micrófonos, que como dos tiranos, lo
aguardaban en aquel vértice de locución.
Se sintió abandonado de sí mismo, traicionado desde el fondo
de sus adentros, la llave del archivero perdida, la cerradura sellaba con
hermetismo la entrada a esa bodega mental, donde almacenaba sus argumentos, sus
hipótesis, sus conocimientos; le parecía inútil, a estas alturas, sonar la alarma
para despertar al guardián que cuidaba el acceso, una sombra de incertidumbre
se cernió sobre la sala, su solitaria figura parecía desvanecerse.
Tomo aire, abrió la boca, carraspeó la garganta enfilándose
hacia el abismo del grito de auxilio a las musas y en el más elevado disimulo
hallar el tono que abriera la anhelada conferencia, pero las ideas no llegaban,
estaban detenidas, como confiscadas, abortadas por una extraña orden dictada
desde las cavernas de su inconsciente, un castigo imperdonable, inoportuno en
el momento menos propicio, pero no perdía la fe en que de un momento a otro, se
rasgara aunque fuese una hendidura de la cual emanara un reflejo de aquel
cúmulo de memoria y lucidez.
-¿Qué hacer?-Se preguntaba, cómo respaldar ese prestigio de
orador que le habían enjaretado en el medio intelectual y académico; mientras,
él continuaba mudo, paralizado frente al auditorio, paseando aterrado sobre la
multitud su mirada, el pánico escénico le tenía engarrotado, solo la potencia
de la fuerza del coraje pudo ayudarlo, así decidió armarse de valor para
enfrentar a la concurrencia con una estruendosa carcajada, que todos aplaudieron.
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