DESFILE EN EL NOSOCOMIO
La fila de
pacientes y ancianos se extiende a lo largo de la espera que no avanza, muletas
de todos tamaños, bastones de una, dos y cuatro patas, sillas de ruedas y
camillas transitando apresuradas, abriéndose paso la broza de paramédicos y
enfermeras que pasan como esperanzas perdidas entre quejas y lamentos de los
derecho habientes. Algunos se arrastran con
rostros desencajados y ojos llorosos por los pasillos, jorobados, cojos,
tuertos, sordos, chimuelos y ciegos parecen petrificados en un cuadro de
horror.
Los gimoteos
que se dejan oír invaden el ambiente clínico con humor de enfermo, las arrugas
se zangolotean en cada esfuerzo, las respiraciones semejan fuelles que permiten
salir perniciosas emanaciones que envenenan toda la atmósfera de penurias,
gases putrefactos se esparcen en silencio después de salir de los humanos
drenajes.
Las caras de
dolor expresan la pena de los años cargados de enormes sufrimientos, toses,
carrasperas y estornudos son el lenguaje que se escucha en este purgatorio,
donde se pagan los excesos de la vida, vida que se escapa por todos los
orificios de estos decrépitos moribundos entre los que me encuentro, que llenos
de miedo, se pasman atónitos de incertidumbre ante la inminente parca, a la que
querrán evitar en los postreros estertores, poderoso instinto de afianzarse a
lo conocido.
Menesterosos,
pobres y ricos por igual se retuercen intentando escapar del destino que nos
espera a todos al cabo del tiempo.
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