lunes, 7 de septiembre de 2020

EL MAR


EL MAR

En medio de la tempestad, buscando la playa, un sitio seguro donde guarecerse, donde esconderse de esta enorme tormenta y en ascenso; bajo los truenos y las cataratas venidas del cielo, nos hallamos zozobrando entre las crestas de las olas que revientan sin misericordia sobre nuestra endeble embarcación, un navío improvisado, que más parece una balsa incapaz de resistir estas aguas que abren sus fauces para devorarnos cada instante. Un relámpago ilumina lontananza, allá a lo lejos unas palmeras sacuden sus cabelleras que inclinadas besan la arena, el dios Poseidón enfurecido agita sus brazos a todo lo ancho del mar y nosotros como una cascara de nuez partida, nos sumergimos en sus profundidades casi desahuciados.

Pedir a Neptuno, implorar la intervención de los dioses celtas o del dios vikingo Odín o hasta a Tláloc, rezarle al terror de Jehová, para que nos salven de este diluvio, es lo único que nos queda.

Debe haber una esperanza, una siquiera que nos conduzca y allá vamos disparados por los aires en un profundo soplo de Poseidón, ahora estamos volando en las negras alturas de la noche, ahogándonos de oscuridad y de temor y de océano empapados.

Pero hemos milagrosamente llegado a la playa, los restos de la balsa hechos añicos rebotan a nuestro rededor, pero sanos y salvos, nos vomitó el mar.

   

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