EL MIEDO
Empezó
notando que sus miedos le hacían daño al cumplirse, esos temores se
concretaban, por eso hacía enormes esfuerzos de distracción; pero las imágenes
irrumpían, sorprendiéndole ido y entonces daba paso a terribles escenas que lo
dejaban helado.
Los
ahuyentaba con flagelos de sus miembros, como espantando esos horribles
pensamientos que le presagiaban sucesos indeseables o quizá él mismo
inconscientemente los invocaba con su masoquismo inherente.
¿Habría una
relación entre sus premoniciones y lo que pasaba a su rededor, incluyendo las
estrellas?
Sentía pavor
al sospechar siquiera que sus pensamientos repercutieran en el tiempo y sonaran
en alguna parte de la realidad del universo.
Muchas veces
no podía evitar abandonarse, era como elevar anclas, subir las velas, soltar el
timón, que la corriente sople y lleve la nave sin control, ni rumbo ni ruta
fija. A la deriva su mente se perdía en
un mar infinito que podía ser tormentoso o sereno; pero sabemos que la potencia
del mar es enorme e impredecible.
Así, su mente
se llenaba de monstruos marinos, de seres extravagantes de luces intermitentes,
misteriosos colores, inconclusas dimensiones, absurdos destellos; se dejaba ir
desafiando peligros indescriptibles en los que el miedo dejaba de funcionar.
De pronto
volvía en sí, regresaba de ese peligroso escape
¿Qué había visto? ¿Por qué estaba tan agitado? ¿Venía la muerte
cabalgando con su espada desenvainada cortando cabezas? Por eso se entretenía
en cualquier cosa, juego, afición o distracción; así fue como buscó ayuda en
sus sueños.
-No quiero
saber lo que pasará, no me gusta imaginarlo, me aflige conocer el triste destino que nos espera a
todos, sin excepción- me confesó.
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