lunes, 29 de enero de 2018

ÁGATA Y LA SELVA NEGRA



ÁGATA Y LA SELVA NEGRA

Era la primera vez que la veía, me sorprendió por su excéntrica personalidad y extraña belleza, confieso que me intrigó desde esa noche, viajábamos casualmente en el mismo autobús y como era un largo trayecto hasta los confines de la Selva Negra, supongo que ambos decidimos entablar una conversación, que nos haría más ligero el viaje.  Después de presentarnos con los protocolos de rigor, me llamó especialmente la atención su plática respecto a esos sus conceptos tan radicales como impactantes, Ágata se llamaba y esto fue lo que me dijo:
-Dios solo existe para aquellos que creen en él, como yo no creo en eso, pues puede considerarme atea;  le dije que tampoco era un creyente, así que estábamos en la misma sintonía al respecto; me advirtió que no fuera a escandalizarme por lo que me fuera revelando en el camino, por supuesto le dije que eso estaba descartado, así que prosiguió con exponerme algunos de sus rasgos íntimos y definitorios.
- A mí la gente verdaderamente feliz me provoca una asco infinito, nace desde el centro de mi corazón una especie de rencor incontrolable, no soporto ver armonía en las familias, la gente satisfecha con su vida y realización, me hacen sentir mal- ¿Será que las envidio?- dijo.
Luego agregó: -Me pongo feliz con las malas noticias, se alegra mi corazón con la desdicha ajena, me entusiasmo con la desgracia de los otros, soy una adicta al penar de los otros.-
Entonces alertado por semejantes confesiones, le pregunté- el por qué gozaba con el dolor de los demás – No lo sé, algo me ocurre, cuando me entero de las tragedias por las que atraviesa el mundo, mi espíritu se ilumina -me respondió-.
-Fíjese- me confesó- tengo que contener la risa ante el sufrimiento de amigos y enemigos, soy feliz conviviendo con perdedores y desahuciados, me gusta observar a los malheridos, me solazo con la miseria de los pobres, a veces voy a las prisiones a burlarme en silencio de los presos y es mi vicio contentarme de ser testigo de los enfermos. ¿Por qué soy así? Nunca lo he comprendido, odio a los triunfadores.  Amo a los fracasados-
-Tal vez está usted muy acomplejada y múltiples engramas guarda escondidos su corazón- le dije- mirándola con recelo y especulando en mis adentros cómo me tendría catalogado.
Como es natural quise cautivarla, pues sería mi compañera todavía durante varios días en aquel transporte que nos llevaría a la Selva Negra, no quería despertar en ella la más mínima envidia, tendría quizá para obtener su simpatía, que quejarme de la  suerte y de mis achaques, pero acabaría enfermo y deprimido al llegar a nuestro destino.
Seguro no querría saber de mis conquistas, de mis triunfos, ni de mis éxitos; tendría que guardar silencio y solo emitir lamentos para ganar su anuencia.
-¿Qué hará en la Selva Negra?- le pregunté- Voy al congreso de Chamanes y Hechiceros, traigo la receta de nuevas pócimas y brebajes encantados para provocar el odio y la venganza entre quienes guardan rencillas ancestrales y aún siguen sin desahogar sus rencores y resentimientos- me respondió.
Una especie de temblor empezó a sacudir mi cuerpo, un extraño miedo recorrió mis huesos desde la cabeza hasta los pies, vi la hora en mi reloj, faltaba mucho para llegar, me estoy mareando le comenté; entonces sacó de su bolsa un pequeño frasco y me convidó a darle un trago, de ahí en adelante no he sabido de mí.             

No hay comentarios:

Publicar un comentario