ÁGATA Y LA SELVA NEGRA
Era la
primera vez que la veía, me sorprendió por su excéntrica personalidad y extraña
belleza, confieso que me intrigó desde esa noche, viajábamos casualmente en el
mismo autobús y como era un largo trayecto hasta los confines de la Selva Negra,
supongo que ambos decidimos entablar una conversación, que nos haría más ligero
el viaje. Después de presentarnos con
los protocolos de rigor, me llamó especialmente la atención su plática respecto
a esos sus conceptos tan radicales como impactantes, Ágata se llamaba y esto
fue lo que me dijo:
-Dios solo
existe para aquellos que creen en él, como yo no creo en eso, pues puede
considerarme atea; le dije que tampoco
era un creyente, así que estábamos en la misma sintonía al respecto; me advirtió
que no fuera a escandalizarme por lo que me fuera revelando en el camino, por
supuesto le dije que eso estaba descartado, así que prosiguió con exponerme
algunos de sus rasgos íntimos y definitorios.
- A mí la
gente verdaderamente feliz me provoca una asco infinito, nace desde el centro
de mi corazón una especie de rencor incontrolable, no soporto ver armonía en
las familias, la gente satisfecha con su vida y realización, me hacen sentir
mal- ¿Será que las envidio?- dijo.
Luego
agregó: -Me pongo feliz con las malas noticias, se alegra mi corazón con la
desdicha ajena, me entusiasmo con la desgracia de los otros, soy una adicta al
penar de los otros.-
Entonces alertado
por semejantes confesiones, le pregunté- el por qué gozaba con el dolor de los
demás – No lo sé, algo me ocurre, cuando me entero de las tragedias por las que
atraviesa el mundo, mi espíritu se ilumina -me respondió-.
-Fíjese- me
confesó- tengo que contener la risa ante el sufrimiento de amigos y enemigos,
soy feliz conviviendo con perdedores y desahuciados, me gusta observar a los
malheridos, me solazo con la miseria de los pobres, a veces voy a las prisiones
a burlarme en silencio de los presos y es mi vicio contentarme de ser testigo
de los enfermos. ¿Por qué soy así? Nunca lo he comprendido, odio a los
triunfadores. Amo a los fracasados-
-Tal vez
está usted muy acomplejada y múltiples engramas guarda escondidos su corazón-
le dije- mirándola con recelo y especulando en mis adentros cómo me tendría
catalogado.
Como es
natural quise cautivarla, pues sería mi compañera todavía durante varios días
en aquel transporte que nos llevaría a la Selva Negra, no quería despertar en
ella la más mínima envidia, tendría quizá para obtener su simpatía, que
quejarme de la suerte y de mis achaques,
pero acabaría enfermo y deprimido al llegar a nuestro destino.
Seguro no
querría saber de mis conquistas, de mis triunfos, ni de mis éxitos; tendría que
guardar silencio y solo emitir lamentos para ganar su anuencia.
-¿Qué hará
en la Selva Negra?- le pregunté- Voy al congreso de Chamanes y Hechiceros,
traigo la receta de nuevas pócimas y brebajes encantados para provocar el odio
y la venganza entre quienes guardan rencillas ancestrales y aún siguen sin
desahogar sus rencores y resentimientos- me respondió.
Una especie
de temblor empezó a sacudir mi cuerpo, un extraño miedo recorrió mis huesos
desde la cabeza hasta los pies, vi la hora en mi reloj, faltaba mucho para
llegar, me estoy mareando le comenté; entonces sacó de su bolsa un pequeño
frasco y me convidó a darle un trago, de ahí en adelante no he sabido de mí.
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