VEJESTORIOS
Me
pregunto ¿Qué tanto derecho tenemos los viejos de seguir viviendo en un mundo
tan competido? ¿Hasta dónde será justo
que continuemos viviendo horas extras?
Con el puro vuelo que nos queda, planeando en detrimento de las nuevas generaciones,
llenas de vigor e ilusiones.
Ha
pasado nuestro tiempo, pero seguimos gastando sin producir, ahora solo
consumimos sin aportar, estamos de más, somos un estorbo, estamos obstruyendo
el natural fluir de la sociedad, minando las posibilidades de los jóvenes, de
los niños, de los recién nacidos.
Los
ancianos decrépitos ocupamos espacios, devoramos alimentos, consumimos
productos y demandamos servicios que muchas veces faltan a los que apenas
empiezan en esta aventura; les robamos el agua y el aire limpio, ensuciamos su
ambiente, gastamos su energía; ¿No estaríamos mejor enterrados en un panteón de
mala muerte o sumergidos en alguna fosa común o hechos ceniza y esparcidos como
fertilizante polvo, enriqueciendo el suelo para la siembra?
¿Qué no
es una pena pasar la senilidad en una horrenda silla de ruedas o apoyados en un
bastón trastabillando nuestros últimos pasos, balbuceando incoherencias,
moviendo trabajosamente nuestros desvencijados pellejos unos cuantos decímetros?
¿No es
una vergüenza estar pudriéndonos paulatina e inexorablemente frente a la
frescura de nuestros nietos y bisnietos?
Temblando, bamboleándonos, aullando lamentos y dejando escapar quejas
atragantadas de dolor. ¿No fuera más
digno salir airosos antes que las condiciones de sobrevivencia sean lúgubres?
La
fealdad se adueña de la ancianidad, los sistemas fallan, los aparatos
anatómicos se traban, el corazón flaquea, la circulación se aletarga, los
músculos se cuelgan, la piel se desprende, las ideas se desvanecen, el pelo se
cae, los dientes se rompen, los huesos se quiebran, el cuerpo todo se seca.
¿Qué no
estamos de más los vejestorios?
No hay comentarios:
Publicar un comentario