martes, 16 de junio de 2015

VEJESTORIOS



VEJESTORIOS

Me pregunto ¿Qué tanto derecho tenemos los viejos de seguir viviendo en un mundo tan competido?  ¿Hasta dónde será justo que continuemos viviendo horas extras?  Con el puro vuelo que nos queda, planeando en detrimento de las nuevas generaciones, llenas de vigor e ilusiones. 

Ha pasado nuestro tiempo, pero seguimos gastando sin producir, ahora solo consumimos sin aportar, estamos de más, somos un estorbo, estamos obstruyendo el natural fluir de la sociedad, minando las posibilidades de los jóvenes, de los niños, de los recién nacidos.

Los ancianos decrépitos ocupamos espacios, devoramos alimentos, consumimos productos y demandamos servicios que muchas veces faltan a los que apenas empiezan en esta aventura; les robamos el agua y el aire limpio, ensuciamos su ambiente, gastamos su energía; ¿No estaríamos mejor enterrados en un panteón de mala muerte o sumergidos en alguna fosa común o hechos ceniza y esparcidos como fertilizante polvo, enriqueciendo el suelo para la siembra?    

¿Qué no es una pena pasar la senilidad en una horrenda silla de ruedas o apoyados en un bastón trastabillando nuestros últimos pasos, balbuceando incoherencias, moviendo trabajosamente nuestros desvencijados pellejos unos cuantos decímetros?

¿No es una vergüenza estar pudriéndonos paulatina e inexorablemente frente a la frescura de nuestros nietos y bisnietos?  Temblando, bamboleándonos, aullando lamentos y dejando escapar quejas atragantadas de dolor.   ¿No fuera más digno salir airosos antes que las condiciones de sobrevivencia sean lúgubres?

La fealdad se adueña de la ancianidad, los sistemas fallan, los aparatos anatómicos se traban, el corazón flaquea, la circulación se aletarga, los músculos se cuelgan, la piel se desprende, las ideas se desvanecen, el pelo se cae, los dientes se rompen, los huesos se quiebran, el cuerpo todo se seca.

¿Qué no estamos de más los vejestorios?


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