EL UNIVERSO
Me gustaría
creer en dios, yo rezo porque exista, no habría mayor dicha que ésa, rezarle,
pedirle, agradecerle, amarle y respetarle; también admirarle, sentir que no
estamos abandonados, arrojados al mundo sin propósito ni razón.
Un dios
justo y bondadoso, compasivo y comprensivo, generoso, espléndido y amable, qué
grandioso sería. Cómo me complacería bendecirlo y recibir su bendición.
Con la vida
he tenido para darme cuenta de mis gigantescos e inmensos límites, casi nada
soy, casi nada somos, ante las astronómicas dimensiones del cosmos.
Por mucho
que estudiemos las medidas y los componentes del Universo, por mucho que lleguemos a conocer con exactitud
su estructura sistémica; aunque sepamos cómo se originó la materia y la fecha
exacta de su nacimiento; no obstante constatar la existencia de la materia
oscura y los hoyos negros; a pesar de haber visto nebulosas y contar millones
de galaxias con sofisticados instrumentos astronómicos y telescopios orbitales;
aunque a ciencia cierta hemos explorado los núcleos atómicos y descubierto
partículas elementales, donde solo la física cuántica opera, sin intervención
del tiempo ni de la materia.
No por todo
ello, el Universo deja de provocar en nuestro ser, perplejidad y asombro con su
grandeza y misterio.
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