EL MARTIR
Su defecto
era que pensaba siempre en los demás, nunca entendió, por más que se lo
advirtieron, pero era como Diógenes en cuanto desprendido y asceta; a pesar de
los reveses insistía: los otros son primero, los demás son antes.
Por eso nada
poseía, siempre andaba en la más espantosa miseria, era un muerto de hambre,
así se quedó, porque para él, los demás van primero, era el más generoso de los
hombres y no lo hacía por ganar ni aplausos y menos el cielo; no, ya nada tenía
para repartir, se había quedado desnudo.
Permitió que
lo robaran, lo despreciaran, lo vejaran, lo insultaran, lo abofetearan y hasta
lo empujaran hacer las más denigrantes perversiones.
Renunció a
su dignidad con tal de satisfacer los apetitos del prójimo, los deseos ajenos,
entregó todo lo que era, de él no quedaban más que cartílagos palpitando, pegados
al esqueleto.
El día que
fueron por él, lo encontraron tirado en un basurero, dormía profundamente, lo
tomaron por el cuello, lo ataron en lo alto de un tapanco y empezaron las
pedradas, miren como lo han dejado.
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