martes, 28 de junio de 2016

MELANCOLÍA

MELANCOLÍA
En el umbral de la muerte, ya en la frontera última de la vida, ahí en ese límite en el que bien a bien no se sabe si se está viviendo o muriendo, si es aquí el más allá o si detrás se halla el más acá; ahí me encuentro.
Un instante tan solo, un paso en falso y todo quedará para siempre anulado, todo el incipiente aprendizaje borrado, en balde acumulado; acá donde las cicatrices pierden sentido y los dolores se hacen guangos en definitiva, lo de enfrente ha desaparecido, la reversa renuncia perdida entre la bruma, no hay dolor, solo un súbito escape hacia la cumbre de la nada.
En ese filo, apenas una tenue línea divisoria entre el júbilo y la tristeza, entre el recuerdo y el olvido, velo intraspasable, toque de queda, angustia de esperar la noble y patética fatalidad del exterminio absoluto, aunque la historia siga su marcha incansable, sin notar nuestras ausencias.
Nadie ni nada sobrevive más allá del punto final, vamos cayendo como árboles talados del bosque milenario que ingenuamente se sintió eterno; pero los dolores se hicieron presentes con insidia acelerada y las culpas en vez de huir como cuervos asustados, se amontonaron como bestias de rapiña sobre nuestros cuerpos inertes, deformados por el tiempo, cubiertos del polvo que son, devorados por los gusanos que salen en tumulto por los poros, hambrientos seres que aguardan su hora.
Vencidos por el cataclismo de la vida, mojados por el torbellino incesante del tiempo amanecido, cantos de ultratumba con dolor a campana, sudor que se seca en tétricas arrugas del viejo marchito de experiencias fallidas.
¿De qué sirvió vivir? ¿Cuál fue la ganancia? ¿Qué dejó la experiencia?  El viento seguirá soplando sin mí, el sol saliendo para seguir calentando los huecos de la ausencia, la vida continuará regalando promesas y la muerte amenazando noche y día hasta el fin de los tiempos, que nunca veré llegar.

Ahí quedó la nostalgia, el perdón, el conjuro, la melancolía, la añoranza; lo mismo que la algarabía y el entusiasmo; ni un aplauso, ni una sonrisa, ni una caricia y menos ni un solo beso; todo fue echado al sepulcro o al horno, para convertir en humo y cenizas la esperanza del amor eterno.   

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