DISYUNTIVA
Suspender
la ardua e inútil búsqueda de la verdad o resignarse convenientemente a la fe
ciega de la consoladora doctrina que más acomode.
La
disyuntiva de la libertad de pensamiento, deja a la deriva de la incertidumbre
siempre presente a quienes se han aventurado a preguntar por la razón de la
existencia, a quienes con espíritu crítico se arriesgan a investigar sobre el
origen y el destino del Universo y con ello de la vida.
Someterse
a un credo que promete y amenaza, que sojuzga y condiciona, que doblega y
castiga, que inhibe y consuela, es la alternativa de los fieles religiosos,
aquellos que intentan reconfortarse con ilusiones y temen el vacío
inconmensurable del eterno e infinito universo que todo lo contiene.
Así se
cubren con el abrigo de un mito, un primitivo recurso aprovechado para someter
al arbitrio de escalas de valores impuestos, ajenos a al consentimiento
consciente de la propia reflexión.
Blindaje
contra la depresión de reconocer la propia incapacidad y la profunda ignorancia
a que se ve expuesta nuestra inteligencia, fuente de nuestro dolor existencial.
Siempre
ha sido más cómodo cerrar los ojos ante el inmenso vacío que los sentidos no
logran descifrar y confiar en los dogmas que inculcan los mitos religiosos por
medio de sus iglesias, que enfrentar con aplomo y osadía el enigma del hombre.
La
Iglesia ha condenado ancestralmente el libre albedrío, el pensamiento sano,
desprendido del anclaje dogmático, ha forzado a base de mandamientos y
sacramentos el sometimiento de la voluntad individual, atando el espíritu
humano a un poder fantasmal ficticio, que manejan los jerarcas encumbrados en
la cúpula de las Instituciones religiosas.
Desresponsabilizar
al hombre de su destino es considerarlo y tratarlo como incapaz de construir su
futuro, dejar todo en manos del creador o de un ente superior que todo lo
dispone, es subestimar la capacidad humana para resolver los problemas de su
convivencia.
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