lunes, 26 de octubre de 2015

DISYUNTIVA



DISYUNTIVA

Suspender la ardua e inútil búsqueda de la verdad o resignarse convenientemente a la fe ciega de la consoladora doctrina que más acomode.

La disyuntiva de la libertad de pensamiento, deja a la deriva de la incertidumbre siempre presente a quienes se han aventurado a preguntar por la razón de la existencia, a quienes con espíritu crítico se arriesgan a investigar sobre el origen y el destino del Universo y con ello de la vida.

Someterse a un credo que promete y amenaza, que sojuzga y condiciona, que doblega y castiga, que inhibe y consuela, es la alternativa de los fieles religiosos, aquellos que intentan reconfortarse con ilusiones y temen el vacío inconmensurable del eterno e infinito universo que todo lo contiene.

Así se cubren con el abrigo de un mito, un primitivo recurso aprovechado para someter al arbitrio de escalas de valores impuestos, ajenos a al consentimiento consciente de la propia reflexión.

Blindaje contra la depresión de reconocer la propia incapacidad y la profunda ignorancia a que se ve expuesta nuestra inteligencia, fuente de nuestro dolor existencial.

Siempre ha sido más cómodo cerrar los ojos ante el inmenso vacío que los sentidos no logran descifrar y confiar en los dogmas que inculcan los mitos religiosos por medio de sus iglesias, que enfrentar con aplomo y osadía el enigma del hombre.     

La Iglesia ha condenado ancestralmente el libre albedrío, el pensamiento sano, desprendido del anclaje dogmático, ha forzado a base de mandamientos y sacramentos el sometimiento de la voluntad individual, atando el espíritu humano a un poder fantasmal ficticio, que manejan los jerarcas encumbrados en la cúpula de las Instituciones  religiosas.

Desresponsabilizar al hombre de su destino es considerarlo y tratarlo como incapaz de construir su futuro, dejar todo en manos del creador o de un ente superior que todo lo dispone, es subestimar la capacidad humana para resolver los problemas de su convivencia.

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