HIPÓTESIS
Todo es
mágico, porque nada entiendo, absorto estoy desde que por primera vez vi la
luz.
De todo lo
que me rodea en la naturaleza, nada hay que no sea verdaderamente insólito.
Veo el
firmamento lleno de estrellas, fantasmagóricos mundos más allá de la
imaginación, innumerables luces prendidas en el infinito, concepto del que
hablo sin tampoco comprenderlo.
Nuestro
planeta es mágico, aunque lo pueda medir y pesar, sus misterios y sus
magnitudes no dejan de dejarme absorto; ni la Geotermia ni la Paleontología,
ni tampoco la Astronomía me dejan
tranquilo, aunque me den el número exacto de átomos que contiene el Universo.
Aun habiendo
dado la ciencia tanta información sobre el origen de las galaxias, ni habiendo
descubierto la constante de Planck, ni el Bosón de Higs, calma mi asombro, al
tan solo ver una abeja, polinizando una flor.
Son mágicos
los bosques, las selvas, los desiertos, las plantas, los animales, las nubes,
los mares, los glaciares, las diversas especies de vida.
La vida es
una excepción en el universo, una rara, una extraña, la más mágica excepción
del universo; pero no sabemos qué otra clase de excepciones contenga este
universo que existe y evoluciona rumbo a su extinción, hacia su inexistencia, a
su muerte.
Pero lo más
fantástico y mágico es mi cuerpo, esos millones de células que lo integran
obedeciendo un campo mórfico misterioso, los órganos, los sistemas, los
tejidos, todos ellos pulsando al ritmo mismo de la vida, de una resonancia
enigmática.
Cómo puede
ser que todos esas moléculas que unen esos átomos, en desequilibrio y en
constante intercambio electrónico en una química sabia, que me permite seguir,
que me deja pensar, que me facilita dormir y me da la oportunidad de
reproducirme con un inconmensurable placer.
Mágicas son
las funciones automáticas e involuntarias que mi cuerpo no deja de desempeñar,
aunque duerma el sueño de los injustos.
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