EL LOCO
A veces se
resumía en sí mismo, por entero se metía en su locura, se entregaba por
completo a ella, ahí estaba el depositario de todas sus extravagancias, sus desenfrenos,
sus balandronadas, sus enfermedades mentales desencadenadas en un caos, ahí se
regodeaba.
La realidad
aparecía tan rápida que ni su reflejo podía ver, era inatrapable, como una
sombra, inútil era tratar de sujetarla.
Se refugiaba
en los sueños, en los ensueños, en las alucinaciones que imaginaba, apartado en
algún alejado rincón, daba rienda suelta a su cerebro, el que arrancaba con
lujuria inaudita en toda clase de obscenidades y perversiones, más propia de un
monstruo mitológico que de un humano.
Se le iba en
aberraciones, en pasiones con bestias irresistibles, en fetiches de paja y plástico,
explorando cañadas submarinas, en vertiginosos acantilados, en inmundas
pesadillas, en penínsulas fantasmales, en terremotos, en erupciones, en aludes
y abismos ignotos.
Subía y
bajaba del infierno al cielo sin pasar por algún purgatorio, se agasajaba
creando suplicios espantosos y torturas indescriptibles, bajo los rayos
indecentes de una luna muerta; al calor de esos vapores se estremecía berreando
y dando alaridos al contemplar las espeluznantes violaciones de reinas y
princesas que se hincaban bajo su fría mirada.
Lo
amarraron, se lo llevaron a una crujía, desde la cual hasta el día de hoy no ha
salido.
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