domingo, 28 de mayo de 2017

NADAKEDA

NADAKEDA

Nadakeda era su nombre, venía del oriente todavía lejano, tierras inhóspitas para los europeos; decían que era muy milagroso, su fama se extendió por toda el Asia, la gente le seguía, los leprosos, los sifilíticos, los tísicos, los tuberculosos, los sidosos; puros menesterosos traía tras de sí.
Buscaban alivio para sus dolencias, sus sufrimientos, su hambre, su dolor, su abandono y soledad.
Nadakeda huía despavorido de aquella chusma de perdedores que le imploraban milagros a él, que no sabía qué era eso.
-¡Nadakeda! Por favor no nos abandones, condúcenos a tu reino, llévanos contigo, allá donde cuelgan deliciosos manjares de los ciruelos, miel escurriendo de los magueyes y vino corriendo en los arroyos.
Nadakeda desesperado y tropezándose con las piedras negaba con la melena y murmuraba para sí -¡Déjenme en paz, hijos del averno!-
-Alíviame estos tumores que están fermentando -gritaba una anciana – quítame las hernias - vomitaba un viejo- cálmame los nervios -escupía una señora - suspéndeme el mareo -susurraba un joven y así todos le exigían la cura milagrosa, lo acosaban desde todos los rincones.
Fatigado llegó por fin al pozo sin fin y ahí se arrojó el Mago Nadakeda, para nunca saber nada de sus seguidores.   


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