lunes, 26 de octubre de 2015

MIENTRAS MÁS RICOS MÁS CORRUPTOS



MIENTRAS  MÁS  RICOS,  MÁS CORRUPTOS

No me sorprendieron los resultados de una investigación hecha por la más  prestigiada institución científica de los Estados Unidos, The American Research Institute, dicho estudio consistió en correlacionar status económicos con la ética.

El resultado de dicha investigación descubrió que las personas más adineradas, están más dispuestas a quebrantar las reglas de conducta básicas, para la convivencia armónica de la sociedad.

Por ejemplo: Los vehículos más caros respetan menos a los peatones en los cruces de las calles o cuando se pide no tomar golosinas de un frasco en una sala de espera, ya que se les advierte que estas golosinas están destinados para niños enfermos, las personas adineradas violaron la disposición con mayor frecuencia que los de más modestos ingresos.

Así se efectuaron diversas pruebas donde se media la incidencia del abuso de los diversos estratos socioeconómicos, la “tendencia” conservó el patrón de conducta de las clases opulentas, como más proclives a romper las reglas.

Los más ricos se creen con más derechos que los pobres, se sienten superiores y obran en consecuencia, esta conducta se refleja así mismo, en las altas esferas políticas; para los altos funcionarios de los gobiernos, el robar y ser corruptos les parece natural, lo mismo sucede con los magnates y potentados.

Podríamos añadir por consecuencia que existe también la “tendencia” a que son más honrados los pobres, cuando estos caen en falta y son sorprendidos, de inmediato se convierten en delincuentes, en cambio los ricos gozan de descarada  impunidad.         

 

DISYUNTIVA



DISYUNTIVA

Suspender la ardua e inútil búsqueda de la verdad o resignarse convenientemente a la fe ciega de la consoladora doctrina que más acomode.

La disyuntiva de la libertad de pensamiento, deja a la deriva de la incertidumbre siempre presente a quienes se han aventurado a preguntar por la razón de la existencia, a quienes con espíritu crítico se arriesgan a investigar sobre el origen y el destino del Universo y con ello de la vida.

Someterse a un credo que promete y amenaza, que sojuzga y condiciona, que doblega y castiga, que inhibe y consuela, es la alternativa de los fieles religiosos, aquellos que intentan reconfortarse con ilusiones y temen el vacío inconmensurable del eterno e infinito universo que todo lo contiene.

Así se cubren con el abrigo de un mito, un primitivo recurso aprovechado para someter al arbitrio de escalas de valores impuestos, ajenos a al consentimiento consciente de la propia reflexión.

Blindaje contra la depresión de reconocer la propia incapacidad y la profunda ignorancia a que se ve expuesta nuestra inteligencia, fuente de nuestro dolor existencial.

Siempre ha sido más cómodo cerrar los ojos ante el inmenso vacío que los sentidos no logran descifrar y confiar en los dogmas que inculcan los mitos religiosos por medio de sus iglesias, que enfrentar con aplomo y osadía el enigma del hombre.     

La Iglesia ha condenado ancestralmente el libre albedrío, el pensamiento sano, desprendido del anclaje dogmático, ha forzado a base de mandamientos y sacramentos el sometimiento de la voluntad individual, atando el espíritu humano a un poder fantasmal ficticio, que manejan los jerarcas encumbrados en la cúpula de las Instituciones  religiosas.

Desresponsabilizar al hombre de su destino es considerarlo y tratarlo como incapaz de construir su futuro, dejar todo en manos del creador o de un ente superior que todo lo dispone, es subestimar la capacidad humana para resolver los problemas de su convivencia.

CONFIANZA Y DESCONFIANZA



CONFIANZA  Y  DESCONFIANZA

La experiencia aconseja no precipitarse, no adelantar juicios con ligeras conjeturas, las sospechas infundadas son profundamente injustas, acarrean consecuencias nefastas.

No acuses sin razones de peso, razones basadas en evidencias contundentes, más vale guardar con serenidad y prudencia el tiempo suficiente para que las turbias aguas se aclaren; anticipar condenas  es grave error; tanto cuando se está de un lado de la incertidumbre como del otro.

Cuántas veces nos hemos equivocado al señalar un inocente y cuántas se nos ha culpado de faltas que no hemos cometido; porque el acusar es muy fácil, cuando lo que falla es la memoria, la falta de atención o la negligencia.

La sabiduría enseña a tener la paciencia suficiente, guardar la calma antes de emitir un juicio, sin tener las pruebas en la mano mejor callar, tampoco   opinar sobre lo que desconocemos,  no apoyarnos en tambaleantes suspicacias, especialmente tratándose de familiares, amistades y allegados.  Debemos ser muy cautelosos y delicados para no acusar en falso, podemos arruinar para siempre una relación, trátese de fidelidad o lealtad.

Solo contando con absoluta certidumbre, donde no quepa la mínima duda, podemos señalar sin temor a equivocarnos, de lo contrario, no solo caeremos en una grave equivocación que no soportará enmienda ni aceptará perdón, sino que caeremos en un espantoso ridículo, la espera es aconsejable, el temple de los ánimos caldeados, el aplomo para investigar con inteligencia. Ser víctima de falsa acusación es tan injusto como ser el acusador.

Cuando el río suena agua lleva, cuando los rumores se desatan las calamidades amenazan, los chismes vuelan de boca en boca hasta hacer eco en las multitudes y resonancia en la opinión popular.

Tratándose de personajes públicos, expuestos siempre al escrutinio ciudadano, donde los personajes se someten al aparador de la prensa y los medios, no aplica la discreción, solo el criterio de cada escucha, de cada lector, de cada escrutador.

Donde se debe ser absolutamente discreto y cuidadoso es en la relación personal con todo lo de carácter eminentemente privado.